El calor está atormentando nuestros días. Para refrescarnos pasamos al almacén que está en el centro del Salto, este negocio es atendido por Rosa, quien ya se ha vuelto una colaboradora más de la residencia. A menudo pasamos a visitarla, le cuesta participar de actividades ya que no puede descuidar el almacén, así que nosotras cuando podemos pasamos a saludarla.
Nos invitó una taza de café, a la cual accedimos muy felices ya que el calor nos tenía un poco somnolientas, hablamos un poco del día a día y aprovechamos de llevarnos la cámara que le habíamos entregado la semana pasada, se demoró muy pocos días en terminarla.
Al rato apareció su esposo Jano, se sentó con nosotras a conversar y nos invitó a conocer una de las antiguas casas patronales que está junto al almacén. Jano se crió en estos terrenos, ya que su padre fue administrador del fundo por varios años.
Al momento de cruzar la puerta, la temperatura cambió radicalmente, entramos por la cocina, luego pasamos a un pasillo grande con muy poca luz que solo contaba con dos pequeñas ventanas, una a un lado y otra de frente, en él nos encontramos con un repostero, antiguo mueble que utilizaban para guardar harina. Ingresamos por otra puerta al otro sector de la cocina, el tiempo parece detenido aquí, todo se mantiene con sus muebles, pisos y muros originales. Cruzamos otra puerta y llegamos al comedor, un espacio gigante con un gran ventanal donde se puede ver la calle principal del Salto, en el centro una mesa de madera antigua para más de 10 personas. Seguimos recorriendo la casa y llegamos a un pasillo luminoso donde uno de sus muros estaba compuesto por grandes ventanales, todo envuelto por abundantes plantas verdes, formando una micro selva dentro de la casa. Caminado por ese largo pasillo llegamos a los dormitorios, piezas gigantes con techos altos, donde cabían hasta 3 camas de una plaza en cada habitación, todo pareciese mantenerse detenido en el tiempo, camas antiguas armadas con colchas de lana fina y colores con dibujos lineales. Cada habitación posee grandes ventanas cubiertas por cortinas de colores, donde la luz que entra tiñe el entorno del tono de las telas. Los baños con sus tinas antiguas, el living intacto con sus recuerdos, en un costado un árbol de navidad que nunca se desarmó, como un diciembre eterno.