Llegó el día de hacer las fotografías familiares, de entrar a las casas de las personas que decidieron abrirnos sus puertas para ser retratados por nosotros, primero fuimos a la casa de Bernardita quien nos recibió junto a su marido e hijos pequeños. Entrar en una casa ajena con la intención de fotografiar, siempre me hace sentir incómoda, poder equilibrar el mínimo grado de intimidad sin ser imprudente, pero también cumplir con lo que vamos a hacer, es siempre un desafío. Conversamos bastante antes de empezar a fotografiar, primero hice retratos de ella maquillándose para entrar en confianza, pero pronto pudimos movernos por la casa sin sentirnos intrusos, eligieron hacer su foto en el living y los retrató mi compañero.
Después fuimos a una casa donde nos dieron comida, otras dos en las que se habían olvidado y tuvimos que reprogramar, finalmente fuimos los tres a la casa de una pareja de evangélicos que se habían encontrado con Eric ese día y quisieron retratarse, debo reconocer que mis prejuicios se mezclaron con la ansiedad de conocer su casa, y al llegar, mi primera impresión fue que eran muy amables, los retratamos en su terraza, la que habían estado pintando en la tarde, preparándose para las fiestas. Luego nos hicieron pasar y conversamos muchos sobre su experiencia en la toma, de todas las veces que les han robado, como llegaron a vivir ahí y cuáles son sus expectativas con el futuro, conversamos como si nos conociéramos hace tiempo. Cuando llegó la hora de partir, salieron a dejarnos y no pude evitar pensar que ambos éramos el otro, que siempre aparece como contraposición entre nuestros dogmas, ambos somos lo que el otro cree que odia, y al salir de su casa me sentí mucho más cerca de ellos que a lo que todos mis prejuicios les gustaría reconocer.