Con la señora Ana, la señora Otilia y mis colaboradores de Concepción, concordamos que para la “Acción catutera” debíamos tener catutos ya hechos para recibir a los vecinos que lleguen a compartir, además del trigo cocido para que preparen sus propios catutos si quisiesen. Como había mencionado antes, la señora Ana es excelente en planificación y producción, de tal modo que, como era ella la persona más cercana para obtener la receta de cómo se hacían los catutos antiguamente en la Calle lo Perros, moduló la receta en un pequeño detalle, el que después percibí gracias a la señora Otilia. La señora Ana insistió en que los catutos en la calle se hacían pequeños, como unos lulitos, tipo cóctel, yo en tanto le mencionaba que solo conocía los alargados que se hacían en las regiones de la Araucanía y Los Ríos. Después de haber hecho cientos de catutos en su casa, se fue a trabajar, y quedamos solos con la señora Otilia, su mamá, que no podía comprender por qué los estábamos haciendo tan pequeños, y comenzó a hacerlos más grandes y alargados, más similares a como yo los conocía de antes. Me pareció lindo el gesto de la señora Ana, porque en el fondo, a través del tamaño estaba buscando producir una mayor cantidad de catutos para que los vecinos pudiesen degustar con toda la variedad de aderezos que íbamos a tener y así fue.
Hacer los catutos fue una labor compartida en la casa de Otilia y Ana. Antes de llegar pasamos a buscar una cocina semi industrial y un gas que nos facilitó la junta vecinal de Quilleco. Cuando llegamos, la señora Ana ya estaba cociendo en su cocina a leña 5 kilos de trigo. Colocamos otros 6 kilos en el fogón que habíamos llevado, tomamos un té en la cocina, mientras la señora Ana comenzó a sacar todas las fuentes y sartenes que nos servirían al otro día para servir y preparar los aderezos en la “Acción catutera”. Almorzamos también en su casa, nos había preparado un lomo de un cerdo que habían criado ahí mismo en su patio. Luego la señora Ana se fue a trabajar y nosotros quedamos con la señora Otilia moliendo trigo y modelando los catutos. En tanto, la señora Otilia nos contó que ella y una amiga suya que estaba en la casa, antiguamente santiguaban niños cuando las personas les hacían muchas gracias y los terminaban ojeando, “el mal de ojo”, también me contaron sobre historias de entierros, y que ellas jamás se atreverían a tratar de desenterrar uno. Entre historias e historias terminó nuestra jornada. Hicimos muchos catutos.