Lo que más oímos cuando llegamos a Nenquén, incluso cuando se realizó la avanzada a comienzos del proyecto, ya sea desde los propios vecinos, de la Municipalidad de Palmilla e incluso en los informes y en conversaciones con los amigos de Servicio País, fue que los vecinos pedían ser “visibilizados”.
Luego de aciertos y errores en el camino que hemos recorrido junto a la comunidad, y así también, bajo cuestionamientos y reflexiones que nos aportaron Red Cultura, y María José específicamente, comenzamos a analizar nuevamente este concepto de visualización.
Tras examinarlo bajo reflexiones e intercambios de opiniones, y sobre lo que ya llevábamos investigado y recopilado sobre Nenquén, comenzamos a notar que nos habíamos perdido en la búsqueda, que nos habíamos enfocado en el horizonte, en mirar afuera sin mirar hacia adentro. Nos había pasado lo mismo de quien habita un lugar por tantos años, o incluso quien lleva una relación por tanto tiempo, nos adentramos tanto, que no nos dimos espacio suficiente para apreciar. Pues, fue en este simple acto de alejarse donde había una riqueza en el descubrir, remirar, reaprender y revalorar.
Los relatos de los vecinos ya vislumbraban los hitos de Nenquén, sin embargo, y a pesar de que aparecieran en las historias y remembranzas, de pronto nos volvimos ciegos y sordos, y tampoco logramos ver ni escuchar bien. Descubrimos que, tal como sucede en las sociedades modernas, dejamos de oír los arboles cuando los sopla el viento, dejamos de soñar e imaginar ser aves para volar tan alto que no nos puedan atrapar, olvidamos mirar y escuchar que en el silencio se esconden grandes tesoros y secretos.
Habíamos dejado de ver lo cercano, lo que siempre estuvo ahí, en lo intangible y en lo tangible. En las memorias y en el paisaje cotidiano. Todo aquello que no pereció gracias a las distintas generaciones y que reaparecía en las historias, aquellas que van retratando el pasar de la vida y los lugares comunes que habitan en sus recuerdos.
Iluminar para revelar qué se esconde tras las sombras, en el silencio y en el inconsciente colectivo de Nenquén. Iluminar para visibilizar lo que siempre ha estado ahí, lo que por su cercanía, por estar a nuestro lado y formar parte de lo habitual y lo conocido, dejamos de ver. Sin querer, sin darnos cuenta, nos hacemos ciegos y es ahí que miramos hacia afuera. Entonces volvemos nuevamente a nosotros y a nuestro alrededor.
Iluminar entonces se convierte en un acto simbólico de des-cubrir, es decir, quitar los mantos de encima, para interpelar a la localidad a través de re-descubrir lo que ya tienen, desde sus propias peticiones de “visibilidad”.
La luz entonces es considerada como el camino y la reveladora del “objeto”. La que a través de su haz de luz, traza el sendero para llegar al objeto y manifestarlo. Sin embargo, no muestra todo, solo la parte del todo, solo lo que el haz muestra al chocar con el objeto. Y esta analogía despertó nuestro interés, el que solo muestre una parte y no el todo, que configure las formas a través de las sombras. Así mismo sucede con la memoria y los recuerdos, son solo una parte de un todo, son reconfiguraciones de las formas que habían, bañadas de nuevas y de mezcladas remembranzas.
Y es en esta maniobra de mirar para iluminar y de iluminar para redescubrir, que nos fijamos un plan para requerir mirar hacia dentro y de enfrentar a la localidad de Nenquén a sí mismos. De que a través de un acto simbólico, resignifique el volver a observarse y visibilizarse primero desde ellos mismos, para ser vistos desde afuera.