La Alameda es un espacio que se forma al final de la calle de Nenquén, yendo hacia el cerro del mismo nombre. Está presente en el inconsciente colectivo de la comunidad, por medio de las historias y en los recuerdos.
Hace un tiempo, en el marco de las actividades de intervenciones urbanas y por medio de la investigación que realizamos junto a los vecinos, buscamos una serie de lugares que tuvieran significado para la comunidad. Así como también, que el terreno donde estuviera emplazado nos permitiera realizar algún tipo de acción. Es así que después de varias semanas de conversaciones y lluvia de ideas, llegamos a la conclusión de que iluminar podía ser una buena opción.
Nuestra primera idea consistió en que cada vecino nos prestara lámparas, linternas o velas para iluminar. Sin embargo, en estas conversaciones Óscar –esposo de Jessica- se animó y nos contó que su hermano René tiene luces y que él nos podría ayudar con esta idea. Acordamos entonces juntarnos pronto todos para llevar a cabo este plan.
La fecha acordada era unos días después de la visita al sitio. Óscar viene a buscarnos a la sede vecinal, donde ya hace un tiempo se ha convertido también en nuestro centro de operaciones. Viene en su camioneta y nos ofrece llevarnos para juntarnos un poco más allá con su hermano y cuñada.
Nos encontramos entonces con René y su esposa Lola, ellos llegaron en una camioneta desde el Tambo –René vivía también en Nenquén cuando niño-. El auto está cargado con diez cajas de focos de luces, cables, un generador de luz y otros aparatos de alumbrado.
No habíamos imaginado que a esto se refería Óscar. No imaginamos que su hermano y su cuñada se dedicaban a la iluminación en fiestas y eventos, y que por lo tanto, cuentan con un gran equipo de iluminaria especializada. Además nos cuentan que su hijo es Dj, y que juntos los tres trabajan para las celebraciones de matrimonios, cumpleaños y empresas, y que también trabajan apoyando causas con ONGs y fundaciones.
Fuimos entonces con todo el equipo de iluminación y varios vecinos de Nenquén, entre ellos: Óscar, Jessica, Gema, Darlin, Alex, Yaritza, Jorge, Francisca, Edu, René y Lola, a iluminar la Alameda. Bajamos los aparatos y entre todos comenzamos a mover cables, encender el generador y posicionar los focos en los árboles, a los pies de sus troncos, intercalados y en zig-zag se colocaron por toda La Alameda.
La luz fue dirigida hacia la copa de los árboles y hacia el centro del camino, para que desde lejos y de noche – metáfora de lo inconsciente-, se lograra develar lo que se ocultaba bajo las sombras, en la memoria, en el olvido y en los recuerdos.
A cada paso, un foco ilumina un árbol, y poco a poco, se va despertando La Alameda. En este mismo paso podemos notar en la expresión de los vecinos, en sus rostros y gestos, que también se despierta algo en su interior. Hay emoción y expresiones de alegría, ilusión, orgullo, que marcan la jornada. Están felices de ver su Alameda con luces y, gratamente, aparecen más historias de la Alameda y los usos que hoy en día le dan de noche algunos enamorados.
Están felices de que este espacio haya perdurado por tanto tiempo, que aun exista La Alameda. Existe un re-conocimiento de este lugar, al mirarlo nuevamente desde una nueva manera. Se genera entonces, y en ese momento, una sensación de familiaridad con esta parte de Nenquén, es como si fuese un pariente más dentro de este gran árbol genealógico que forma la comunidad.
Para todos lo que estuvieron esa noche, les es conocido ese túnel de árboles, por donde sopla fuerte el viento entre las ramas. Desde pequeños, esta parte de Nenquén les es familiar, ya sea por historias contadas por sus padres, abuelos o tíos, o en las propias historias que ellos mismos han creado a través de la vida o en las historias que se cuentan entre los mismos vecinos de la zona. Se ven reflejados de modo intangible en La Alameda.