Hoy fue la primera reunión con la «generación perdida», yo sabía que sería complejo reunir gente, durante esta semana hicimos varias acciones para convocar a los cabros: pegamos afiches en todas las botillerías del pueblo, en los almacenes, en el Liceo. Conversé con cabros que me encontraba en la calle para convocarlos. Así y todo, creo que solo llegará Cristian, el hermano de Pini (una de las chicas del colectivo, que cada vez se desangra más) la polola de Cristian, y uno que otro amigo.
La reunión es las 18:00 y preparo una once: pancito, mate, cositas ricas. Pongo un mantel bonito en la mesa, dispongo todo para que la once ocurra. Pongo las sillas en círculo. La tarde está linda, la hora avanza y nadie llega.
Pienso en mostrarles un video de Gastón Soublette que vi en la mañana que me pareció inspirador, es sobre por qué habría que sentirse orgullos de los mapuche.
Pasa la hora y no aparecen. Ya son las 19:00, mientras espero escribo esto:
UN MURO IMPENETRABLE:
No sé qué estoy haciendo mal. Seguramente mis lógicas de trabajo y de relacionarme con la gente no son las correctas. Qué es lo correcto? Cómo se hace?
Por qué no logro mezclarme, habitar, imbuirme, zambullirme (creo que es la primera vez que escribo esta palabra). Estoy metido en el centro, el cemento no deja que mis pies se muevan. Me siento pesado, pegado al piso, amarrado a mis ideas, a las formas que conozco. Cómo llegar? Sigo transitando este camino, pero siento que no avanzo, o avanzo pero en un camino paralelo, como si la realidad a la que quiero acceder no me permitiera acercarme.
Soy un poste de luz que llega a instalarse en un lugar donde no necesitan de mi luz. Será que no brillo en los colores que ellos ven?
Será que mi luz no es buena en estas tierras?
Ya siento que me apago. Que tengo que funcionar de otra manera.
Siempre he estado enchufado y quizás debo funcionar a carbón, a leña, a fuego.
Mi energía no es buena aquí. No es suficiente.
Cuando estoy terminando de escribir estas letras, veo que llegan los cabros. Me piden disculpas, dicen que están atrasados porque se entretuvieron arreglando unas bicis o algo así.
Empezamos la reunión. Les muestro el video de Gastón Soublette, en él el viejo habla sobre porqué uno debería sentirse orgulloso de los mapuche. En resumen dice que los mapuche son el único pueblo originario de América al que los españoles les hicieron un poema épico, el único pueblo-nación que defendió (y sigue defendiendo) su territorio y sus tradiciones. «Qué defendían con tanto ahínco» se preguntaba Alonso de Ercilla. Soublette sigue dando ejemplos, dice que los Aztecas construían pirámides, que los Quechua el Cuzco, y los mapuche nunca hicieron grandes construcciones, que lo suyo era otra cosa. Ellos defendían un territorio y un forma especial de ser, un ser humano particular que se desarrollaba en ese territorio. Cuenta también que los mapuche fueron invitados al Cuzco, como parte de las estrategias que tenían los Quechua para conquistar o sumar nuevos pueblos a su nación. Cuenta que conocieron sus construcciones, su ciudad maravillosa y toda su opulencia. Cuenta que volvieron y dijeron «Lo que tenemos aquí es mejor». ¿Qué era entonces lo que defendían con tanto ahínco? Cuenta después que fue invitado a un Guillatún, en donde se enfermó y tuvo que convalecer cerca del parque Conguillío. Ahí despertó y lo que vio le dió la respuesta: un lago calmo, la cordillera, al fondo las araucarias. Esto es lo que defendían, dice Soublette, defendían el paraíso.
La respuesta de los cabros a esta video fue otro golpe de realidad. Muchas veces hay una especie de ingenuidad respecto de los mapuche, una especie de idolatría que está despegada de la realidad, y nuevamente me pega en la cara mi ser citadino y extranjero.
Les pregunto qué les parece el video. Me dicen que no entienden nada, que los mapuche aquí no son como el viejo dice. Que aquí solo piden cosas, que son flojos, que no trabajan la tierra que les dan, que solo piden y piden. Intento hacerles ver que eso es producto de una larga relación con el estado de Chile, que ha logrado subyurgarlos con el asistencialismo, neutralizarlos y hacerlos dependientes. La conversación no avanza.
Les pregunto qué les gusta hacer, qué podríamos hacer. Me dicen que no saben, que no entienden bien de qué se trata todo esto. Siento que los pierdo nuevamente.
Entre medio uno de ellos dice que lo único que le gusta hacer es caminar. Es el mismo que algunos días atrás me encontré en la calle y a la pregunta «en qué andas»respondió, «aquí, salí a caminar. A esperar que pase algo».
Esa respuesta es clave. Todos aquí caminan, esperando que pase algo.
Les digo que incluso eso puede ser nuestro proyecto, caminar y caminar, subir cerros.
Se entusiasman con eso y programamos una caminata para el día siguiente.
Es la primera actividad que realmente aparece de la propuesta de ellos.
Vamos a ver qué sale de ahí.