Documentando el proceso, nos encontramos con elementos que son inseparables del paisaje que se habita y constituyen un entorno que contiene, transforma y desencadena este presente en la comunidad del Morro. Es evidente que nos encontramos en una “zona de sacrificio” y que día a y día, y por décadas, los vecinos han convivido con la contaminación del sector que habitan, similar a muchos otros en esta región y país.
Frágil es la memoria, como también es frágil el entorno natural, que cotidianamente es contaminado por empresas dedicadas al turismo patrimonial, fundaciones que administran espacios como la mina “El Chiflón del Diablo”, quienes no apuestan a un desarrollo sustentable y con la participación directa de los vecinos del sector. Empresas que lucran y poco aportan a un proceso armónico de desarrollo cultural y social que hable de un patrimonio tangible e intangible que involucre a los vecinos, ya que son ellos los que siempre han vivido y convivido en el sector.
Pensar en un desarrollo turístico a partir del patrimonio y no tomar en cuenta a la comunidad, es hacer oídos sordos al valor intangible de las memorias familiares que han sido parte directa de la construcción de estos lugares que ahora son parte del “patrimonio”.
Todos los vecinos nos comentan a diario sus experiencias en el sector, desde la fundación de estos lugares de extracción de carbón, hasta estos tiempos donde el mar ha sido su fuente de ingresos, y que gracias a la extrema contaminación cada vez se ven más limitados a seguir desarrollando estas labores.
Hacer visible estos conflictos es parte fundamental de este proceso, utilizar el arte como un modelo de reflexión política y social, entendiendo que son los propios vecinos quienes articulan y nos piden ser un intermediario que hable de su realidad. Este proceso va tomando cuerpo desde la escucha y colaboración, fruto de la negociación colectiva y donde la adaptación al medio nos entregan diferentes visiones e imaginarios.
Arte de acción, Arte colectivo, Arte colaborativo.