Nos juntamos a las 7am para salir a caminar. Tenía mucha ansiedad porque todo resultara bien, además hace varios años que no subía un cerro. Salí temprano a comprar cosas para comer. Herví agua para el termo, cocí huevos duros, metí una capa de agua en la mochila porque se suponía que iba a llover, llevé abrigo como si fuera a nevar, y partimos. Obviamente toda esta carga extra terminó pasándome la cuenta cuando entendí que el frío solo duraría los primeros metros de subida del cerro.
El plan era subir el cerro al que le llaman «El Calvario», es un cerro que se puede ver casi desde cualquier punto del pueblo. En la cima tiene una cruz de metal. Como broma decíamos que queríamos llegar a los elefantes, que son unas araucarias que se ven muy a lo lejos en el borde de un cerro que queda a la izquierda del cerro «El Calvario». Como solo asoman las puntas de las araucarias, desde muy lejos parece una fila de elefantes subiendo a la cima.
Demoramos un par de horas en llegar a la cima del Calvario y arriba compartimos la comida que llevamos. Nos dimos cuenta que en la cruz de metal había una bandera de la nación mapuche a medio colgar. Ángel, uno de los cabros, la amarró lo mejor que pudo.
Una vez descansados decidimos ir a los elefantes. Ese camino tardó unas 3 horas más.
A las 13.00 ya estábamos llegando a un bosque de araucarias milenario desde donde se podía ver el pueblo de Lonquimay, pequeño, como una mancha impuesta, instalada en el medio de este valle cordillerano.
Comimos de nuevo y nos dormimos a la sombra de las araucarias.
El viaje de vuelta fue casi en silencio, la experiencia vivida fue algo significativo para todos.