La figura humana en la que venían trabajando las y los jóvenes de la Escuela artística, hoy es plasmada en un nuevo medio.
La transparencia cubre el papel que contiene la emulsión fotosensible. A penas ésta es expuesta al sol, cambia de color. Seguido a esto, el papel es introducido en agua y por la acción de esta, los colores se transforman develando la imagen. El momento toma cierto carácter mágico, el proceso químico se hace invisible, como también el objetivo inicial de esta actividad,
Suena el timbre del recreo y la mayor parte del grupo prefiere quedarse en la sala.
Percibo cierta timidez en nuestra interacción —debe ser por la natural tensión que se genera cuando dos mundos se encuentran—, pero me alienta su estadía en la sala, a pesar de ser un momento de receso. Algo escuché por ahí respecto al cine de animación japonesa, así que aprovecho este momento para indagar. Esto culmina en una recomendación, una “tarea para la casa” para mí.
Suena el timbre nuevamente y retomamos. Tratamos de entender lo que hicimos, en torno al concepto que queríamos aclarar. La conversación no fluye tanto, pero espero que cada una/o de nosotras/os, se quede con aquello que nos hace sentido.
Posterior a esto, comenzamos con un mapeo colectivo. Los materiales, sus colores, formas y texturas, propician el acercamiento a la actividad. Se genera un reconocimiento de límites geográficos y recursos naturales. Aparecen algunas voces que había escuchado muy poco, mientras que el cortar, pegar, pintar, amasar y arrugar, se convierten en excusas para conversar sobre la historia local y anécdotas, sumando ciertos acontecimientos de la agitada vida juvenil.