Escribo esta última entrada, a un mes de haber salido definitivamente del territorio.
Antes de comenzar, se vuelve necesario contextualizar. La convocatoria de esta residencia establecía un trabajo directo con el Espacio cultural Auditorio Mariano Latorre, el cual pertenece al Liceo que lleva el mismo nombre. En este contexto llegué por primera vez a Curanilahue, donde me encontré con un Liceo en vacaciones de invierno y donde los pocos miembros presentes de su comunidad no tenían idea de haber sido parte de una convocatoria. De aquella primera visita regresé con más dudas que certezas, las que –aparentemente– se iban aclarando con la formulación del proyecto y algunos llamados telefónicos.
Viajé a instalarme a Curanilahue. Los primeros días no fueron fáciles, me encontré con una dinámica y un ritmo acelerado que determinaba escasas instancias de encuentro con la comunidad, muy distante a lo que yo imaginaba –y deseaba–. El camino se volvió más difícil cuando las reuniones con las organizaciones territoriales no lograban concretarse por motivos que en momentos parecían insólitos.
¿Cómo encontrar las abundancias del territorio en este escenario que termina por invisibilizarlas? La observación y los pequeños detalles se volvieron mis amigos. Poco a poco fueron surgiendo algunas luces de lo que sería el proceso a desarrollar. En ese momento, la recepción por parte del Liceo se volvió fundamental.
Me inserté en el curso de Pintura integrado por estudiantes de los distintos cursos del Liceo, nivel Tercero Medio. Si bien mi intención era conocerles e invitarles a desarrollar un trabajo fuera del contexto educativo, esto no se logró hasta terminadas las clases, por lo que parte del trabajo colaborativo se desarrolló en dicho contexto. En este escenario la invitación a cuestionar el entorno desde la contingencia medioambiental se complementó con otra situación a cuestionar, el modelo pedagógico convencional.
Nuestras conversaciones respecto a las actividades antrópicas nos llevó a revisar la historia curanilahuina, desde los relatos heredados que poseía el grupo. Con esto logramos identificar riquezas del territorio, lo que se volvió significativo para quienes habían declarado anteriormente querer salir de este sin voluntad para volver. Con este proceso también logramos identificar percepciones e inquietudes respecto a la contingencia medioambiental, acción cuyo valor recae en la posibilidad de validar opiniones mediante la construcción colectiva de un punto de vista. Quizás aquellos pensamientos se ocultaban por la falta de espacios para ser expresados y/o por aquel juicio que establece un escaso interés por parte de los jóvenes, respecto a temas sociales y/o políticos. De alguna manera, derribamos esta imagen. Complementariamente, descubrimos que dentro del contexto educativo existen otras posibilidades de relacionarnos que van más allá de la verticalidad, lo que nos llevó también a identificar otra forma de construir conocimiento.
Desde lo personal, la posibilidad brindada por este grupo me permitió conectarme con aquella Katherine de 17 años que aunque no tan distante en el tiempo, fue transformándose con el paso de este y ocultando ciertas emociones y sensaciones.
Así, con este guiño a lo que fue el proceso, finalizo esta bitácora agradeciendo profundamente la posibilidad de conocer a este grupo, pues finalmente son los lazos los que le dan sentido a la experiencia y al recuerdo.
Corte aquí.