En los lugares comunes nacen conversaciones profundas. Hoy conocí a Don Pedro —ex minero—, con quien tuvimos una corta, pero interesante conversación respecto a Curanilahue y su relación con la muerte.
Hablar de minería en Curanilahue es hablar de identidad y también de un tiempo que se añora, pues las personas declaran que, en ese entonces, había más oportunidades de trabajo, y con esto, pareciera que otras cosas también iban mejor. Pero hablar de minería en Curanilahue es también hablar de trabajo duro, de conflictos sociales y de muertes.
El 29 de julio de 1989, en el sector conocido como “El Castaño 5”, 21 mineros murieron ahogados por una inundación en la mina. Este acontecimiento, ha marcado profundamente a los Curanilahuinos, quienes hasta hoy conmemoran la tragedia con viva emotividad. La muerte está muy presente en el imaginario colectivo, por lo que me hace sentido que, recorriendo las calles, sea posible encontrar murales y escritos que hacen referencia al tema, y que al conversar sobre el acontecimiento mencionado, se genere cierta disminución de energía, independiente de la generación a la que se pertenezca.
“Usted, mijita ¿le tiene miedo a la muerte?”, me preguntó Don Pedro, en la plaza.
“Cada vez menos”, le respondí. Y es que crecí en un entorno donde la muerte se menciona lo justo y necesario, se evita, se le disfraza, se le teme, y aunque cada vez me parece más una parte de la vida, es difícil superar todo el tabú.
Recién pasó el 1 de noviembre y la reflexión de don Pedro, se relacionó con la necesidad de recordar a los muertos, de visitar a quienes se extrañan, como una forma de consuelo. Tan importante es para él, que visitó a sus difuntos el día 28 de octubre, pues el fin de semana largo, lo aprovecharía para visitar a su hija en Santiago, por lo que, en Día de todos los santos, no estaría aquí para llevarles flores. Comentamos sobre esta tradición y llegamos a la conclusión de que esta, traspasa las fronteras religiosas y que es más una costumbre, aunque con menos fuerza en las generaciones más jóvenes.
Ya finalizando nuestra conversación, concluimos también que, saber que moriremos, no debería condicionar lo que hagamos, es decir, el vivir. A él le gustaría que los mensajes insertos en las calles de Curanilahue, que recuerdan lo ocurrido, entregaran a los más jóvenes ganas de aprovechar los futuros días, aquellos que, como declaró, para él ya son contados con los dedos de una mano.