Decidimos pasar la Navidad en Lonquimay y no volver a nuestras casas. Creíamos que podía ser una buena oportunidad para seguir estrechando los lazos que se han ido generando con Cristian y Ángel. Cristian nos invitó a pasar la Navidad con su familia y con gusto aceptamos.
Por fin conocimos a su padre, de quién él nos había hablado mucho. Pudimos compartir hasta tarde y nos sentimos muy acogidos en ese hogar.
Es extraño pasar estas fiestas fuera de casa, sin embargo creemos que estos momentos van generando algo muy especial en nuestra relación.
Toda esta residencia ha dado vueltas en torno a la idea de colectivo, poniéndola en tensión con la individualidad. Los diversos tropiezos u obstáculos que hemos tenido para poder avanzar tienen relación en la mayoría de los casos, con una imposibilidad de reunir a un grupo de personas en torno a un proyecto que no tiene un norte claro. Es decir, un grupo que se reúne sin un objetivo, solo por reunirse, y menos aún si no es por obtener algo material.
Se ha puesto de manifiesto en el transcurso de esta residencia la brutalidad y profundidad con la que opera el sistema económico y social en nuestro país y que en pueblos como Lonquimay se ve nítidamente. Hemos hablado antes de la destrucción del tejido social, de las casi nulas dinámicas de participación (las que están fundadas sobre todo en una participación obligada y desde el asistencialismo).
En ese sentido, la cohesión que hemos generado en este pequeño grupo ha sido un paso esencial para seguir avanzando.