Hoy fue la primera reunión con las juntas de vecinos en la población las Avutardas. Llegaron 20 personas. En la primera parte de la reunión se tratan temas que conciernen a la organización: cuentas, peticiones, fiestas de fin de año. Los socios no participan, más bien están ahí sentados escuchando lo que el tesorero tiene para decir (el presidente de la junta no va a las reuniones). Hay una vecina que habla por todos, lleva poco menos de un año en la población, así es que tiene mucho entusiasmo, los demás vecinos son casi todos de la tercera edad, sus ganas se esconden detrás de sus arrugas.
Pasamos al momento de la once, en donde les contamos de nuestra idea: les hablamos del colectivo, de la caravana de la memoria y de las ganas que tenemos de que participen. Al principio no se entiende mucho la idea y tenemos que explicar varias veces a lo que nos referimos. Inmediatamente me voy dando cuenta de que en realidad se necesitan más reuniones por cada junta de vecinos para lograr lo que queremos. De hecho, que hacer esto con 12 juntas de vecinos es una locura, todo esto mientras trato de rescatar la reunión. Algunos de los vecinos quieren irse inmediatamente porque han estado ya una hora escuchando el monólogo del tesorero.
Les pregunto sobre la erupción del Volcán Lonquimay y recién ahí recupero su atención. Aparecen las historias y los recuerdos. Antes de perderlos les digo que tenemos que elegir a una persona que los represente para contar una historia antigua. Elijen a Don Juan, un señor de más de 80 años que trabajó en la época de las madereras, cuando se explotaba la araucaria. Apenas es propuesto, su señora lo toma de un brazo y responde por él «no, no, no, el no se mete en esas cosas» y se lo lleva.
Pregunto por algún otro vecino que quisiera participar o que lo propongan. Entonces aparece la figura de Don Carlos. Cuenta un par de historias sobre los pajaritos y los sapitos que vivían en la población antes del progreso. Todos están de acuerdo con que esa es la visión que debe quedar de la población Las Avutardas, el rescate de los animalitos. Me parece un discurso muy de postal, muy turístico, sin embargo no tenemos más tiempo, los vecinos ya se comieron la once y se quieren ir. Elijamos luego y vámonos, mucho gusto, que le vaya bien.
Don Carlos se queda solo, y nos empieza a contar historias antiguas, de cuando era aficionado a la Radio y cuando arreglaba las radios de sus vecinos para que pudieran escuchar la onda corta, algo que estaba prohibido por los militares.
Nos cuenta de la época en que interfería en las comunicaciones de carabineros y militares, y de sus transmisiones clandestinas: «Nunca me atreví a decir algo, lo único que hacía era probar la señal, todos los días ponía un casette de Elvis Presley y después lo cortaba. Luego comprobaba hasta dónde había llegado escuchando las transmisiones de pacos, bomberos y milicos.»
Claramente Don Carlos es un hallazgo.