Al llegar aquí me propuse completar esta bitácora día a día, pensé que podía ser un buen ejercicio el poner en palabras todo lo que va sucediendo y me prometí hacerlo todos los días. Lo cierto es que me ha sido imposible. En verdad, podría haberlo hecho, pero realmente he abierto muy pocas veces el computador. Todo aquí es análogo, las relaciones ocurren en un espacio análogo, los tratos, las comunicaciones. Si bien hay internet y obviamente la telefonía móvil ha extendido sus garras incluso hasta estos territorios que pareciera están alejados de todo contacto con el exterior, de todas maneras la lógica de ese «otro tiempo» del que hablaba en las entradas anteriores, se replica también en las relaciones. Tienen otro ritmo.
Estas dos semanas han sido una vorágine de eventos y el proyecto se ha ido modificando radicalmente. En un principio nuestro proyecto trabajaría en conjunto con un grupo de mujeres mapuche-pewenche y su oficio ancestral el witral (telares).
Sin embargo al poco andar me di cuenta que había dos obstáculos bastante notorios: las distancias enormes que hay entre las diferentes localidades y por otro lado una sensación de estar tomando algo que no necesariamente es lo más relevante para la comunidad en este minuto. Es decir, el rescate de los oficios es desde luego algo muy importante, sin embargo, puede llegar a ser impuesto de nuestra parte.
Hay un evento que se volvió significativo también para poder comprender las dinámicas de relaciones y el choque cultural abismal que hay entre las diferentes culturas que habitan este territorio.
El día 31 de enero fuimos a visitar un cementerio mapuche-pewenche ubicado en la localidad de Icalma. Gracias a un proyecto impulsado por la encargada de cultura y llevado a cabo por diferentes comunidades cercanas a Icalma, se hizo una recuperación y limpieza del cementerio, se construyó un portal con un gran cartel, y un chemamull que recuerda a don Pedro Calfuqueo, quien fuera uno de los principales Loncos del territorio. Don Ceferino, quien es Lonco también de su comunidad, es descendiente de Don Pedro, y fue el encargado de convocar a los demás Loncos para la ceremonia del día sábado 3 de noviembre.
Tuve el privilegio de acompañarlo en una vuelta en donde visitamos a diferentes Loncos, y presenciar el parlamento que se genera en el rito del saludo: largas conversaciones en mapudungún en dónde ambos Loncos se preguntan por sus familias, seres queridos y por sus respectivas comunidades.
En esa vuelta que duró toda la tarde, me di cuenta de ese otro ritmo, de esas otras formas de relacionarse a las que es imposible acceder en tan poco tiempo. Me di cuenta también, con algo de vergüenza, de la poca comprensión que tengo de la cultura mapuche-pewenche, y de lo poco sensible que había sido mi primera aproximación.
A partir de ese momento, fue imprescindible dar un giro a la propuesta y pensar en cómo trabajar con las inquietudes del Lonquimay urbano, es decir de los habitantes del territorio de Lonquimay, el pueblo, que es muy distinto del gran Lonquimay.