Nos embarcamos desde Puerto Fuy para navegar por el lago Pirehueico por algunas horas. Mientras la barcaza avanza lenta por el estrecho lago, vamos surcando el bosque nativo casi tocándose con nuestros ojos. Las copas de las montañas ya no tienen su abundante nieve que durante el invierno les caracteriza, esta vez nos tocó ver sus cimas secas, de otros colores que oscilan entre el café, el morado, el rojizo. Entre estas montañas crece un espeso bosque nativo milenario, testigo de muchas embarcaciones que se hacen a diario desde Puerto Fuy y Puerto Pirehueico, y viceversa.
Una vez que llegamos a nuestro destino, nos instalamos en el borde de la playa para sentarnos a contemplar este bosque que tanto nos conmueve. En su orilla llegan los troncos de leña seca, que han caído desde el bosque y que el viento y marea arrastran hasta allí. De este modo, vamos caminando entre trozos de bosque nativo, entre astillas, madera seca finamente pulida por la erosión del viento y del agua. Comenzamos a recolectar pequeños trozos de estos, nos sentimos llamados a seguir su materia. Se forman surcos, caminos oscilantes que dibujan las olas tocándose con la orilla. Todos los lagos arrastran hasta sus orillas lo que cae en ellos, de este modo, nos acordamos de cómo el aserrín que queda en los aserraderos de Neltume antiguamente eran lanzados al río Fuy y decantaba en el lago Panguipulli, formando así líneas como capas del aserrín tocándose con las olas y la orilla. Pareciera ser que en cada surco queda inscrita una memoria de la madera, los restos del bosque. Pero hay una diferencia sutil pero no menos importante en estos dos casos: en el lago Panguipulli la memoria del aserrín condensa la historia del bosque nativo pulverizado por la industria forestal, en cambio, a la orilla este del lago Pirehueico, llegan los trozos de madera nativa que se caen por el paso del tiempo, o que las tormentas arrojan hasta el lago sus restos. Caen como cuerpos que se dejan suspender por el agua, flotando a su propio ritmo, dejándose llevar por la inclinación del este (el Puelmapu). Mucha gente viene a pasear por este lado del lago Pirehueico para recolectar madera por sus formas y texturas, otras solo lo usan como vía de paso hacia la frontera con Argentina.
Nos acordamos de lo que Lina en nuestras jornadas de trafkin kimün witral nos contó sobre sus recuerdos de infancia: su familia es de Puerto Pirehueico, pequeño poblado fronterizo donde viven solo 17 familias, Argentina nunca para ella ha sido frontera, porque es más fácil ir hacia allá que bajar hasta Panguipulli. Así es cómo mucha gente se relaciona con este contexto, muchas personas tienen familiares en ambos lados de la cordillera, se estrechan lazos y reciprocidades, de manera que Puerto Pirehueico es un lugar de paso, pero también de intercambio. Históricamente ha sido así, mucha gente que trabajó en el Complejo, actualmente vive en San Martín de los Andes. Pensamos en esto mientras vemos las maderas aproximarse a la orilla, ¿por qué se sentirán inclinadas a este lado del lago y no al otro que da hacia el oeste? Pareciera ser que este punto fronterizo para los estados-naciones modernos, es parte de un territorio mucho más amplio y complejo: Wallmapu es aquella inclinación con la que miramos y nos relacionamos, como estos trozos de madera tocándose con la orilla, nos sentimos reflejadxs, seguimos su materia porque ahí hay un gesto. ¿Qué podríamos hacer con estas maderas recolectadas? En la próxima sesión de trafkin kimün witral vamos a compartir algunas ideas para ver qué surge, muchas de las que participan saben trabajar la madera, quizás así podríamos estimular estas otras memorias de la madera.