Una semana por Putú, y las reflexiones no cesan.
Despertamos escuchando los murmullos de cantos de diversidad de pájaros.
Gallos arman un coro junto a los perros del pueblo.
Pasan autos de vez en cuando que desafinan con el ritmo pausado del lugar.
Esta primera semana fue de conversaciones con distintas personas, de ir haciendo notar nuestra presencia entre las banderas chilenas y los ánimos de celebraciones diociocheras.
A cada paso aparece alguien que se entusiasma con la idea de construir un Museo Comunitario, nos cuentan de personajes y leyendas campesinas, de la naturaleza, los humedales y las dunas. De cantores populares, festividades construidas por la comunidad, la pérdida de las casas coloniales con el terremoto, la extracción de machas, las minas de oro, y los viajes sacrificados a Constitución en los tiempos en que aún no existía el puente.
Nos reunimos con distintas personas de la comunidad que han ido conociendo del proyecto, en gran parte ligados a una agrupación local “el club de amigos de Putú”. Así tomamos acuerdos, al igual que con el director de la Escuela y sus profesores para realizar actividades en el colegio, el proyecto de la residencia cada vez se hace más colaborativo, cada día aparece alguien nuevo que se entusiasma, que se suma y se compromete a llevar a alguien para el siguiente encuentro.
Al conversar tanto de su pasado, el pueblo lo recorremos con otros ojos y se ven vestigios y herencias de este pasado en todos lados. Los pasos de la residencia se viven a otro ritmo, se tiende a caminar y a conversar a ritmo putugano, donde el tiempo a ratos parece detenido.