Una mezcla de ansiedad, vergüenza y expectación fue lo que sentí camino a la toma, porque a pesar de haber nacido y vivido buena parte de mis años en el puerto, era un lugar desconocido, pero no lo suficiente como para en pocos metros de colectivo darme cuenta que era arriba, bien arriba. Enganchados en primera buena parte del camino y luego continuar a pie, todo florecido en amarillo, pasamos por una plaza rodeada por la ciudad en toda su extensión y ahí nos sumergimos en una quebrada verde que me recordó los caminos de las sierras colombianas que he visto por televisión. Mencionar el viento podría leerse como algo muy foráneo a estas tierras, por lo mismo debo contar que lo huracanado y polvoriento que se siente arriba es más intenso que en Playa Ancha, distinguido en la ciudad por la intensidad del viento.
Llegamos a la casa, sin mucha claridad de cómo íbamos a hacer para registrar el partido de Chile con Brasil, así que salí a gastar lo que me quedaba de rollo en lo que quedaba de luz.
Después fuimos con Eric a la casa de Gyan y conversamos mucho mientras acompañamos a Chile en la derrota.
Se hizo tarde, se me descargó el teléfono y tenía que volver a mi casa, me abrigué con una chaqueta de Diego y salimos con Eric para comenzar el descenso, se que es obvio, pero no fue hasta ese momento que noté que no había alumbrado público y lo necesario que es. Caminar tanteando es complicado incluso en territorio conocido, ahí era literalmente mi primera vez, porque bajamos por un lugar diferente del que subimos y fue súper difícil, aunque mi lógica indicaba ir por la calle, mi compañero me dijo que era muy resbaloso, así que fuimos por la vereda, hasta que se acabó, ahí no dure ni un minuto en pie y terminé en el suelo con la rodilla sangrando y el pantalón rasgado a la moda. Ahora desde mi ventana busco constantemente dónde está ese lugar, tan cerca tan lejos, sospecho de una mancha amarilla y roja llena de árboles.