Hace días que queremos visitar a don Carmelo. Dicen que es un señor que vive solo en la cordillera, que vive cruzando un riachuelo, cerro arriba. Las indicaciones son vagas pero después de varios intentos, damos con su casa.
Nos invita a pasar y nos cuenta cómo fue trabajar en la tejuela, cómo se hacían antiguamente. Nos muestra sus herramientas, machetas antiguas ya corroídas por el óxido, pero que aún pueden funcionar. Nos dice que ha sido difícil para él adaptarse a los nuevos tiempos, en donde la actividad económica ya no es el alerce sino que el turismo. Es en este contexto en el cual se siente en amplia desventaja en comparación con la comunidad al sentir que no tiene acceso a ciertas cosas, que le cuesta imaginarse con un negocio para el turismo.
Sin embargo recordamos que en la reunión a la que fuimos, había un señor de la municipalidad que le decía a don Carmelo que debía generar igualmente ingresos con el turista, llevándoles a caminatas, haciendo demostraciones de cómo se hacen las tejuelas, y cobrar por ello. Él se muestra interesado pero no demasiado, dice que lo suyo es hacer carbón y hacer tablas y tejuelas para venta propia, que no necesita más dinero, que con eso vive bien y le alcanza.
Le contamos que estamos trabajando justamente el tema de la tejuela, activar esas memorias y traerlas a la vista a través de quienes aún trabajan en esto. Él se muestra muy abierto, nos invita para poder acompañarlo a hacer tejuelas, a mostrarnos cómo se hacían las “mochilas”, una solución que se buscó para poder bajar las tejuelas de la cordillera, en donde ponían tejuelas apiladas de tal forma que se las acomodaban sobre los hombros. Nos cuenta también cómo se hacían los biloches, naves de arrastre para trasladar tejuelas por cientos.
Nos vamos felices porque encontramos una persona más que quiere sumarse a la construcción de las memorias del lahual. Ya comenzamos a bocetear las primeras líneas de la propuesta.