BitácoraResidencias de arte colaborativo

Residencia: LAHUALCHE: escrituras corporales en territorio ancestral Río Negro - Caleta Cóndor, Los Lagos - 2018 Residente: Paula Baeza Pailamilla
Publicado: 29 de octubre de 2018
Tejiendo la tierra

Hay tejidos en la tierra que solo lxs que la habitan los perciben, información que se capturó en el aire, en las lenguas de lxs antiguxs para vivir en las memorias de lxs brotes más jóvenes, que envejecen en la tranquilidad del paso de los ciclos de la ñuke mapu. Sabiduría del boca en boca, del mano en mano, de mirarse a la cara, de verse a los ojos y saber cómo esta su piuke, de un mari mari,pero en español en cualquier lugar que el camino nos encuentre.

Cuando la tierra era de todxs incluyendo las plantas, los hongos, los líquenes, los animales, las aves, insectos, reptiles, el agua, el viento alrededor del fuego. Cuando la amenaza vivía dormida en el mal llamado viejo continente, acá el conocimiento transitaba en la oralidad. Oír reiteradas  veces que el relato que escuchamos se lo contó el chachayo la papay,los saberes que hacen presencia en las bocas del ahora son las memorias orales que lxs abuelxs enseñaron: cómo viene el clima, cuándo es mejor no salir, agradecer o pedirle a la iglesia, que en realidad no es lo que usted está pensado sino una roca angulosa que  se sostiene por encima de las olas, resguardando en su punta un trocito de bosque nativo, y otros muchos saberes que no se cuentan.

Escuchar sus voces hoy como viento que abre con respeto la espesura del bosque nativo en la experiencia del habitar una conexión otra con el entorno, que se alimenta de hojas frescas, del lawenpal malestar, viviendo entremedio de la quilay la tepa.Pedir permiso para entrar en la sombra de la humedad,  encomendarse antes de zarpar y agradecer cuando la lafken-mapute dejaba comer de sus frutos. Saber escuchar, guardar respeto, principio de reciprocidad adquirida en años de práctica colectiva y armonía del Kume mongen.

Aprender desde una tradición oral y la sensible observación del territorio donde se habita es sin duda una forma de respeto que la sociedad occidentalizada nos va obligando a dejar atrás en una pasividad torpe de la devastación del todo. Pensar de esta manera es una resistencia en este contexto, una manera de vivir en respeto con el tiempo y la experiencia en el espacio común. Es entender la fragilidad de los cuerpos al interior de un gran movimiento, que la tierra no es de lxs humanxs, sino que la chees parte de la mapu, es entender que los ojos arrugados lo están porque de una u otra manera han sabido cómo habitar lugares que para la comodidad de la warriason impensables y extremos.

Ese valor de la antigüedad es algo que la insensibilidad capital no sabe ni le interesa, nos despoja cotidianamente de aquello en sus imágenes de lo nuevo donde reina la eterna juventud y la adolescencia en la adultez, donde a los ancianos se les condena a la pobreza con pensiones basura, en una especie de obsolescencia programada después de haber trabajado una vida. Esa forma despreciativa está muy alejada de la importancia que acá tienen las y los cuerpos que nos antecedieron.

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