Ya habiendo pasado tiempo con algunas personas en Caleta Cóndor, conociendo sus historias, tomando mate y compartiendo sopaipillas y pan amasado, nos damos cuenta de lo solitario que algunas veces se torna este lugar. La mayoría de las personas que aquí viven durante todo el año son hombres mayores que aún trabajan la tejuela o la madera. El resto, mujeres y hombres jóvenes y mayores pasan el año “fuera” (así le dicen a trabajar o estudiar en Bahía Mansa u Osorno). Hay ocasiones en que llegamos a visitar a una familia y nos damos cuenta que no están. Nos ha costado mucho ver a las personas reunidas, por lo que decidimos ir casa por casa o persona por persona, tejiendo vínculos. Nos cuentan que habrá una reunión de la comunidad para conversar sobre el tema turístico que ya se acerca y que es el mayor rubro económico de la caleta y sus familias. Le consultamos al dirigente si podemos asistir al final de la reunión para por fin poder presentarnos a la gente reunida. Llegamos y esperamos que finalicen sus temas relativos al rubro turístico y nos presentamos. Ya muchos y muchas nos conocen, pero nos volvemos a presentar y les comentamos el objetivo de nuestra presencia en el territorio. Ya tenemos más o menos ciertas ideas que hemos conversado con personas que hemos visitado, y resumimos el proceso invitándoles a todos/as a participar. Es en este momento cuando nos interrumpe una señora integrante de la comunidad y nos interpela. Nos muestra su molestia con nuestra presencia y exige explicaciones al dirigente. Se crea un ambiente realmente muy incómodo para nosotros e intentamos volver a explicar lo que venimos a hacer a Caleta Cóndor.
La molestia persiste y se crea una discusión cruzada entre las personas y el dirigente. No sabemos qué hacer. Guardamos silencio y cuando se da por terminada la reunión, nos acercamos a las señoras que estaban molestas. Conversamos con ellas y no entendemos bien su enojo, pero terminamos en cordiales palabras.
Esta experiencia muestra que a pesar de que las personas conforman una comunidad, hay varias disputas entre ellos/as que nosotros desconocemos. Nos dicen que si queremos hacer algo aquí, debemos tener la aprobación de todos/as los integrantes y, de no ser así, no podemos ocupar el espacio comunitario para trabajar. La situación nos deja un poco nerviosos porque tememos no poder llevar a cabo la pieza que queríamos construir con algunas personas de la caleta. Seguiremos realizando visitas de casa en casa para poder dar a conocer nuestras ganas de visibilizar sus historias y memorias sobre el Alerce, que es al menos algo que sí tienen en común todas las personas que viven en este territorio.