Durante la primera visita de reconocimiento al territorio de Ercilla —en agosto de 2019 y antes del gran estallido social que determinó nuestras vidas y, con ello, esta residencia— me encontré con un pueblo cuyos muros estaban aún silenciosos, al igual que sus habitantes, en quienes hallé apenas un eco velado de su orígenes, cultura y tradiciones. Ya ahora en diciembre, volver a Ercilla produce un sentimiento distinto. Durante los primeros días de residencia, hay cosas que han cambiado y que nos han llevado a conocer historias y personas que seguro marcarán el desarrollo de la misma. También, vaticino que son los elementos y vivencias que nos ayudan a sentirnos en casa.
En las primeras observaciones, me surge una frase que alguna vez oí o leí. «Cuando llegues a un lugar, observa sus muros y sabrás donde estás».
Bajo este supuesto, se podría decir de una manera superficial que el pueblo de Ercilla comienza a hablar de lo que ha sucedido y da a conocer sus problemáticas.
Resulta imposible dejar de mencionar que, tras un año del asesinato de Camilo Catrillanca, aquí las cosas no han vuelto a ser igual y ni volverán a ser como antes. Las calles se transforman en un nuevo espacio de expresión, dando vida a nuevas lecturas del entorno y a viscerales formas de reivindicación.
Juan Francisco González