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Residencia: Museo a Cielo Abierto Ercilla Ercilla, La Araucanía - 2019 Residente: Juan Francisco González Garrido
Publicado: 12 de enero de 2020
No son nuestras diferencias las que nos dividen

“No son nuestras diferencias las que nos dividen. Es nuestra incapacidad para reconocer, aceptar y celebrar esas diferencias.“
Audre Lorde.

En las carretas, en los berries y hortalizas, en la cazuela, los porotos granados y el merkén; en las camionetas con troncos, carne, y verduras, conducidas por trabajadores y trabajadoras campesinas que transitan todo el día; en los demasiados comedores, librerías y almacenes de un pueblo de ocho por siete cuadras, se trasluce la síncresis cultural rural-urbana de la comuna de Ercilla.

Esta síncresis, este encuentro de dos mundos, aparece como una marca identitaria en la vida de las personas, que tiene su aplicación en la dinámica cotidiana y se representa frente a los otros. En la escuela, en los grupos de amigos, en los gustos y en las necesidades, se deja entrever el origen bipartito de los habitantes de esta zona.

Muy a pesar de la tendencia migratoria rural-urbana (y del supuesto “progreso” empresarial del estilo de las forestales que inundan el paisaje de la región), las comunidades de Ercilla y sus alrededores se caracterizan por desarrollarse y relacionarse mediante una economía de base comunitaria y campesina. Además, la mayor parte de la población que habita el territorio rural se auto-percibe como Mapuche. Tanto así, que en los diálogos que hemos cruzado con quienes se mudaron del campo al pueblo o inclusive a grandes ciudades, aparece una profunda nostalgia en relación a la vida de campo, al trabajo de la tierra y al contacto con las tradiciones. Niñas y niños nos cuentan que quisieran vivir allí de grandes, tener animales y cultivar la tierra.

Es imposible escindir esta añoranza de la vida en contacto con la naturaleza y las costumbres ancestrales con la práctica de la cultura mapuche por parte de su comunidad. Evidencia de ello es el Mapudungún —lengua que es hablada en lo largo y ancho de este territorio llamado Wallmapu—, o el Choique Purrun, danza tradicional Mapuche presente en  eluwvn (funeral), intervenciones e incluso en actos escolares. En tantas otras prácticas de la vida cotidiana.

La vida y existencia de la comuna depende de la articulación entre el espacio rural y el urbano; articulación que se manifiesta en el Mercado Municipal, la avenida central como espacio comercial autónomo, y el Liceo, único establecimiento de nivel secundario de la comuna. Esta semana entendimos, a través de las palabras de sus usuarios, trabajadores y de los mismos dueños —así como también de la experiencia de pulular las calles del pueblo—, que quienes sostienen la vida comercial de la comuna son, precisamente, los pobladores que habitan en las periferias del tejido urbano, en el campo.
Del buen vivir de las comunidades rurales, depende que este pueblo “chileno” no desaparezca.

 

Paula Compagnucci

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