Este territorio guarda una orgánica de aislamiento que configura de manera muy particular el modo de habitar y sus desplazamientos. Acá la mapu-lafken manda, así lo hemos escuchado en más de una oportunidad y se les pide permiso para salir y entrar. En invierno parte de la comunidad emigra a otras localidades cercanas a pasar las complicaciones de las tempestades de vivir el sur sur de Abya Yala. Pero la gente que se queda habita un clima que pone condiciones. Por ejemplo, comprar por saco la harina y la leña por metro cúbico. Cuando hablamos con la gente, se deja ver una relación con sus antiguos y con su territorio que se funden hasta ser lo mismo, porque miramos hacia el pasado cuando nos comparten las memorias colectivas, en ese entramado existe un nodo, un punto en el telar de conversaciones que llegan directamente donde la Sra. Marta Cumilef, la persona más longeva viva de Caleta Cóndor.
Aunque ella ya no vive allá, está presente en los recuerdos de todos como caudal de un flujo temporal. Ella decidió irse cuando el río Cholguaco tomó la vida de su marido luego de haber ido a pescar. Así era antiguamente, nos decía, la incertidumbre del que salía a hacer sus tareas cotidianas.
El hogar donde la visitamos es nativo, de pura tejuela de alerce y quizá estructura de mañío, con un hermoso jardín, humedecido con flores, al lado de la ferretería del pueblo, esto es Bahía Mansa, pequeño puerto de pequeñas embarcaciones, y lugar obligado para aquellos que salen por agua del aislamiento, un medio que lo abraza un tremendo bosque nativo.
Acá la gente se mueve y conservan algo de seminómades. Los territorios obligan a desplazarse, los ciclos de la Ñuque Mapu obligan a resguardarse más al interior.
Pero Doña Marta nos cuenta cómo llegó a Caleta Cóndor con su familia, y de ahí no se movían. Su padre le trabajaba a un patrón que le pagaban con harina por resguardar animales, que ellas y sus hermanas hacían queso, que vivieron el terremoto y que se le murieron uno patos. Conserva el saber del witral mapuche a la antigua, con varitas de árbol sin cepillar. Nos contaba que ella se quedaba sola con sus hermanxs, su padre y madre iban a buscar alimentos al pueblo, que demoraban días, a veces semanas, y ella con su hermanas debían auto valerse con lo que hubiese, con lo que quedara. Habitar un territorio a la vez tan hermoso y tan agreste.
Nos contó cómo empezó a llegar la gente con el boom del alerce, que antes era para trabajarle a una empresa y luego los tejueleros por su parte. Su marido, el difunto Gilberto Cumilef no le gustó, que al tiempo de empezar a extraer tejuelas lo dejó, que no concebía romper a tan grandes seres como los lahual. Se dedicó a cultivar la tierra, sus animales y sacar cosas del río y del mar.
Hoy existe en la Caleta el parque “Gilberto Cumilef” de bosque nativo, sendero obligado para turistas y lugareños que pasan de Huellelhue a Cóndor con una caminata de 5 horas. La Sra. Marta nos cuenta eso con orgullo y recordando con nostalgia a su marido, quienes fueron los habitantes más antiguos, de los quienes se tenga registro con nombre, de la Caleta Cóndor.