Nos costó mucho encontrar a don Carmelo, sino era la lluvia que no nos dejaba pasar por la crecida del río que inunda el único paso (que son unas rocas que sirven de puente entre la bahía y el cerro), o estaba perdido en el bosque sacando madera, haciendo leña o arriando a sus animales que viven en el monte sin corral ni jaula. El camino a su casa es en ascenso, unx sube y se comienza a vislumbrar una geografía única. Olor a tierra húmeda es nuestra compañera en un camino hecho a pura huella. La isla tortuga muestra su forma y rectifica su nombre, el río Cholguaco se nota serpenteante y se muestra como tallador del paisaje. Cuando desde la altura se ve cómo se alimenta de los bordes fangosos. Llegamos a la cima del cerro poblado por flora nativa. Hermosas composiciones azarosas de especies que viven en mutualismo. Se abre una pampa donde hace la ruca de Don Carmelo, así él nombra a su morada. Al costado una huertita de habas y arvejas. Nos sale a recibir un perro grande, de primeras un tanto hostil, después se da cuenta que ya nos habíamos visto.
Don Carmelo nos sale a recibir y de inmediato nos invita a pasar. Él vive a la usanza antigua, con el fogón dentro del hogar. Vive solo en su montaña. Nos ofrece asiento en un wanko de alerce. Un verdadero honor depositar nuestra humanidad en tan hermoso objeto ancestral. Se da una conversación muy bonita porque él es un señor con mucho carisma. Nos cuenta cómo ha sido su vida, que su hermano Rafael vive en la montaña del frente, de cómo se trabajaba la tejuela y cómo se hacía para bajarlas, que se hacían mochilas con 200 o 300, según la resistencia de cada tejuelero. Que a media montaña había descansos y que ahí se iban arrimando los montones, si eran miles las que se bajaban. Nos habló del biloche como herramienta autóctona de carga, pero que no todos tenían animales, y si no los tenías, debías dar cierto porcentaje de tejuelas para bajarlas. Que los perros siempre han sido un aliado en la montaña para enfrentar al puma que puede estar al asecho. Todo esto nos contaba bajo una penumbra sureña. Dentro de la conversación sobresale la idea de hacer una mochila a la manera antigua y la valoración de parte de don Carmelo de esta imagen material. Nos pide a modo de intercambio, demostrarnos cómo se hacía aquella renombrada mochila, una foto de él con el peso maderístico en la espalda, contrastado con el verde nativo como locación. Una sabiduría que se fue a pérdida, una manera de trabajo que la modernidad dejó al olvido y que nosotres tenemos la suerte de inmortalizar.