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Residencia: Museo a Cielo Abierto Ercilla Ercilla, La Araucanía - 2019 Residente: Juan Francisco González Garrido
Publicado: 31 de diciembre de 2019
Nuestra caminata

Nuestra caminata desde la carretera que habilita el ingreso a Ercilla, entorpecida por mochilas gigantes y maletas ruidosas, trazó una línea imaginaria que, con certeza, interrumpió la dinámica de la comuna; tal como lo hubiese hecho en cualquier pueblo de esos que conocen hasta el nombre de los perros y saludan a cualquier bulto; si seguro es un conocido de la escuela, de la tía, o de la madre.

Al final de la larga avenida —medida acrecentada por el sol del mediodía y las miradas curiosas—, establecimos el primer diálogo con locales en el Mercado Municipal, al tiempo que escogíamos el menú del almuerzo.

Desde la puerta vidriada del mercado podíamos ver el bandejón central de la avenida que hace unos minutos dejábamos atrás. En esta especie de paseo peatonal, se disponen a la sombra —en su mayoría— mujeres que venden desde ropa usada a verduras cosechadas en las zonas rurales periféricas a la comuna.

Dejamos las maletas en dónde Juanita, que fue amable y nos alojó en una pieza del primer piso, porque debe haberle dado lástima la incomodidad que todo nuestro cuerpo —con maletas y todo— emanaba.

Esa tarde caminamos por la plaza, donde estaban armando la estructura luminosa para un show que nos habían dicho por ahí que sería «el primero y último del año.»

Frente a la plaza preguntamos por conexión a internet en la biblioteca, donde nos aconsejaron ir por la tarde ya que en la mañana trabajaban municipales, hasta que les repararan su edificio que había sido incendiado.

Al lado de la biblioteca vimos una oficina de televisión satélital; preguntamos por internet, y nos terminamos encontrando con que se trataba de una de las primeras del pueblo. Paulino, su tercer dueño, nacido y criado en Ercilla, nos habló un poco de lo que su bisabuelo le había contado. Indicó que en el centro de la plaza —donde armaban luces e instalaban parlantes— antes se ubicaba la Ruka de un cacique, a quien desplazaron quienes «fundaron» el pueblo que hoy lleva el nombre del poeta español Alonso de Ercilla y Zúñiga.

Cruzamos la plaza, y nos comimos una sopaipilla con mostaza mientras la señora del puesto nos contaba que aguarda por el traslado de su yerno para mudarse finalmente de este pueblo.

Recién empezaba a oscurecer y aún faltaba rato para que concluya el día; aún después del largo viaje que había comenzado dos días antes cuando salí desde Argentina, con el propósito de participar de esta residencia, invitada por Juan Francisco.

Paula Compagnucci

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