Nos despierta el gallo por la mañana y seguimos con la jornada de trabajo. Una cansadora jornada de talladura. Mientras trabajamos, nos preguntamos cómo vamos a llevar al tejuelero hasta el bote (estábamos esculpiendo a unos 100 metros del río, lugar donde debíamos cargar el bote). No tan solo era el largo tramo que debíamos cruzar, sino que la escultura pesa ¡alrededor de 100 kilos! Entre 2 personas es imposible de llevar, así que viene un sobrino de Don Víctor a ayudar en la intensa labor.
Al caer el atardecer y comenzar la oscuridad, decidimos llevar al “tejuelero” hasta el río, ya que sin luz era aún más difícil. Comenzamos amarrándole un cordel y poniendo bajo la escultura troncos delgados con forma redonda, de manera que fuese avanzando a medida que era tirado. Al principio, el pasto no fue un problema, hasta que ingresamos a una zona de bosque, donde había arboles caídos, caminos muy estrechos, mucho barro y subidas empinadas. Todo se empezó a complicar porque cada vez había menos luz, pero la experiencia de Don Víctor, toda una vida viviendo en medio del bosque, nos hizo salir del paso con mucho esfuerzo y no sin reírnos a carcajadas en plena faena.
Hubo momentos en que tuvimos que abrirnos camino motosierra en mano, cortando los arboles caídos que atravesaban pequeñas huellas. Tardamos unas 2 horas en trasladar al tejuelero al río. Luego, totalmente de noche, fuimos a dejar la escultura al bote, situación que resultó imposible. Decidimos dejar al tejuelero en el río hasta la mañana siguiente, y pensar con más claridad cómo llevárnoslo hasta Caleta Cóndor (recordemos que es 1 hora de viaje por el río en bote).
Volvemos a la casa, tomamos una recomponedora once y nos vamos a descansar.