A diferencia de otras comunas y localidades al sur del río Bío-bío, el territorio al que remite el hoy llamado pueblo de Ercilla no guarda un nombre en lengua madre. No tiene un significado que aluda a sus condiciones naturales o a su paisaje. Ercilla, uno de los poblados más bullados de la provincia de Malleco, en la región de la Araucanía, no le debe su título a la poesía que parecía abundar en la cotidianeidad de antaño (la de nombrar con atributos y observaciones a los nuevos poblados), sino al español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor de La Araucana. Un texto que lejos de entrar en detalle sobre la vida y tradiciones mapuche, deviene en un poema épico de exaltación militar cuyos cantos —no se entiende la manera cómo— concluyen por hacer merecedor a su autor con una ciudad a su nombre.
Así nace Ercilla en el imaginario colectivo del emergente estado-nación de Chile: con el rostro del soldado que describió el modo en que el mismo territorio fue usurpado de sus custodios ancestrales. Tan natural resultaba para los nuevos colonos —e incluso para los intelectuales chilenos de la época— que fundaron una revista de circulación quincenal en su nombre (vigente de 1933 hasta 2015). La publicación, una de las más relevantes en lectoría a nivel nacional durante el siglo pasado, no tuvo reparos en titular uno de sus suplementos dedicado al personaje que los bautiza, como «el hombre que inventó Chile».
Pero lo cierto es que, para 1969 (año en que se emitía la portada que ensalza al español), en Ercilla y sus alrededores comenzaban a articularse importantes formas de organización regional. Mismas que, hacia finales del año, daban vida al Congreso Nacional Mapuche, poniendo al alcance de los comuneros la cuestionada del 14.511 del antiguo Ministerio de Tierras y Colonización; y la ley de Reforma Agraria. Si la colonización había inventado Chile, el Wallmapu inventaba, desde la resistencia histórica, un modelo de soberanía unitario en las tierras del sur.
El reclamo por la autonomía del territorio que los vio formarse como pueblo y cultura —y con ello, el rechazo férreo a las formas modernas de república y sus límites impuestos— determinó su lugar en la opinión pública, por esos años y hasta entonces, plasmada en los medios de comunicación hegemónicos. La mayoría de las noticias referentes a la comuna de Ercilla vendrían, entonces, de la mano de términos como: «detención», «enfrentamiento», «incendio», «prófugos», «presunto ataque», «reclaman», «comuneros», «mapuche».
Hoy nos encontramos en esta localidad con objetivos artísticos, pero no por ello menos ideológicos. Porque cuando atravesamos la avenida principal rumbo a la cual es hoy nuestra casa-residencia, vimos vida de barrio, oficios e identidad. Y tras tres semanas en que se nos ha permitido conocer la intimidad de algunos de sus habitantes, el compromiso es el de relevar sus otras historias locales. Un nuevo relato sobre Ercilla, que venga de sus propios residentes y que dé cuenta de sus problemáticas actuales, como también de aquellas que permanecen. A ver si, ya que la historia no les heredó un nombre que evoque los cerros que le rodean, ni supo vaticinar lo inquebrantable de sus pobladores ante la violencia en sus múltiples formas; a ver si entonces en esta vuelta logramos, junto con sus protagonistas, alterar el mapa conceptual que gira entorno a una comunidad que guarda sentires y pesares no menos dignos de contar.
Pilar Higuera