Por Ana Karina Pizarro
Noviembre, principios.
Hago los preparativos y consigo los materiales necesarios para el taller que haré en Huichaco: 50 metros de paño lenci, 33 ovillos de hilos, 5 madejas de lana, 40 agujas, muchos alfileres, papel mantequilla, papel kraft, 10 tijeras de genero y 5 de papel, 18 kilos de huaipe, entre otros, son los paquetes envueltos para ser trasladados desde Valparaíso hasta Valdivia.
Tomar el Bus, domingo 6 de noviembre.
Hoy pensé que me iba a dar algo, siento que ya es mucho de andar como equeco por ahí, así que tomé varios taxis para ayudarme. No fue del todo terrible, fue más bien un preludio a algo nuevo, algo de lo cual no tengo ninguna referencia y que me hace pensar en el más allá y contactar con el vacío. Esto me asusta un poco, pero luego entro en razón: me digo que voy a ir a trabajar en un lugar mágico, lejano, hermoso y desconocido.
A las 20:30 p.m. llego al terminal de Valparaíso, me compro un agua, a las 20:45 salgo camino a Viña del Mar y a eso de las 23 p.m. salgo desde el Terminal Sur en Santiago rumbo a destino. El sueño se impone como la oscuridad en la noche, casi nada se vislumbra desde la ventana, trato de cerrar los ojos, dormito. De pronto despierto y huelo el aire fétido del bus, dormito otra vez, aparece el inconsciente desplazándose tal como se desplaza el vehículo. Tengo pensamientos duales: por un lado mi parte receptiva, la niña que se dirige a sus vacaciones de verano, por otra parte mi lado ejecutivo, racional, atento, pensante, dialogando con las proyecciones y el hacer. Escucho un disco, mi celular se apaga, escucho ronquidos, las luces del camino se pierden a lo lejos, cierre de transmisiones.
Lunes seis de noviembre
Llego al terminal de Valdivia a las 10 de la mañana. Sofi -que me invitó a la residencia- me rescata de esa gran travesía de llegar con los bultos desde la costa central. Un par de horas después conocí a Mónica, la mamá de Sofi, artista, grande; saludé al Pancho Gabler y luego de otro par de horas estábamos todos rumbo a Huichaco.
A eso de las 8 de la tarde conozco la escuela Santa Higidia, el laboratorio de la residencia, la posta y la casa donde me quedaré. La casa está en un cerrito, a como 15 minutos de la escuela, y en ella habitan ya muchos seres, incluidos los compañeros que como yo nos sumamos a la experiencia de estar aquí.
Percibo en mi interior un movimiento, un sentimiento de cautela se asoma, por dentro me agazapo. Mientras observo el paisaje pienso en que salir fuera del contexto habitual entrega la posibilidad de mirarse desde otro punto de vista ¿será que en una primera instancia solo surge el caos de uno mismo en esa vuelta? Hace muchos meses no presenciaba el silencio de un lugar, me pregunto sobre los conceptos, las estructuras, los soportes, las envolventes, los sistemas. La ciudad es un sistema, la naturaleza asociada a la tierra también ¿cual es la analogía?. Por una parte está la realidad material y por otra todo aquello que no se puede mencionar con palabras, el universo y sus planetas.
Me alegro con la emoción de esa niña que se manifiesta, me atemorizo con la postura que adquiere mi raciocinio, hay dos voces, dos naturalezas, dos esencias, dos sistemas.
Hojas previas
Desde que desarrollo el proyecto de la Fauna Fantástica me he dejado llevar por la tradición oral que me ha ido rodeando, observando con especial detención la corriente de los oficios. Coincido en este punto con Oreste Plath y Gabriela Mistral sobre aquellas herencias con contenido práctico que permiten al ser humano emplazarse en este mundo. El oficio entendido como una postura política, como una declaración de principios, otro sistema con su propia naturaleza, adaptado a miles de formas y ligado a una creencia o una oralidad. Cito desde mi memoria, OFICIOS: Conocimientos situados, basados en la experiencia, el proceso creativo y la observación del entorno a través de las manos.
Hoy, estoy casi segura que los he investigado sin vincularlos con los recuerdos de mi propia infancia, sin asentarme -al menos conscientemente- en mi propia tradición oral. Rememoro relatos en torno a una fogata antes de ir a dormir, cuentos que siempre se desarrollan en escenarios parecidos entre sí: en lugares oscuros, con personajes que van solos de noche por el camino, junto a la presencia lejana de perros aullando y las apariciones de gatos negros, junto al acontecer de ruidos extraños y de movimientos brutales.
Primera semana de noviembre
Sigo recordando las historias fantásticas que desde chica escuchaba contar sobre seres imaginarios de todo tipo: afuerinos, populares, de la tele. Concluyo que los personajes que más llamaron mi atención fueron aquellos de los cuentos del sur de chile, seres propios de aquellos relatos que juntos van formando una pasarela de monstruos que a cualquier niño impresionan directamente en el cerebro y el corazón. Recuerdo nítidamente que la historia de Cai Cai y Ten Ten Vilú, culebra de agua y de tierra propia de los mitos de la cultura Mapuche, en aquellos tiempos de infancia se me confundía con la imagen del mito Náhuatl de Quetzalcoatl, error que le daba mayor suspenso y magia al devenir del cuento y que ahora miro con nostalgia.
Surge hoy esta pregunta ¿ese interés manifiesto desde niña por los seres imaginarios tiene algo que ver con el desarrollo artístico que busco en la investigación del proyecto de la fauna fantástica? Asumo que a lo largo de mi vida he investigado de varias maneras el comportamiento de esas historias: por ejemplo, como nos llegan desde el extranjero, o como el que las recibe luego se las apropia, las resignifica y así infinitas veces. Hace siete años tuve la idea de construir seres a través del oficio textil, hoy al fin siento que todos ellos me llevan a un destino más visible.
Corazón
Tal como lo manifiesta mi intuición voy de a poco observando y nombrando los nuevos
elementos con los que me he ido relacionando, estoy receptiva y me dejo caer sutilmente
en esta tierra por la que baja agua de vertiente hacia las casas. Empecé a conocer mejor
a todos los habitantes, a las señoras con las que realizo el taller, a los niños, niñas y a sus
perros que merodean día y noche la escuela, a las vacas y sus terneros, a las ovejas y sus
gritos desafinados, gallinas, pollos, gallos, murciélagos, ratones, alacranes, pájaros de
todo tipo conversando e interactuando en medio de este paisaje. Las percepciones oníricas sobre las cuáles tanto he pensado y que he querido abordar a través de mi obra, hoy me acompañan y se hacen cada vez más presentes. Ahora sé que en lugares como este no se pueden anticipar y se desatan, creo, al encontrarse una a solas en medio de la tierra.
Segunda semana de noviembre
El Taller Fauna se desarrolla paralelo a esta bitácora, pero empuja todos los relatos que
manejo hoy desde mi residencia. Digo esto, pues el tema que siempre ha marcado la
metodología de ese proyecto, aquí cobra una perspectiva totalmente desconocida. Es por ello que a través de todos mis puntos de vista percibo a flor de piel el bestiario local intangible pero presente, el cual había perdido de vista a causa de tantos años de raciocinio/producción y que en este momento contemplo con otra postura.
Hablan dos voces en mi interior, habla lo que no tiene forma y lo que si. Pienso en la experiencia del mito que ha impulsado a muchas cosmovisiones a trasladarse de este plano y tomar ideas asociadas al misterio de la vida y el universo, a tomar las imágenes de los sueños y construir conjuntamente los relatos que responden dudas ancestrales. Bajo este cielo apremia una sensación difusa un tanto incómoda para la mente racional, es el vacío. Ambas partes, la niña curiosa que escuchó muchas historias en fogatas y la adulta que ejecutó y transformó esa tensión en un trabajo, buscan coherencia, pero esta vez no hay coherencia, el caos está adentro. Transcribo desde mis apuntes en terreno: si hay silencio adentro en el alma y allá afuera también, ambas naturalezas, humanas y divinas, cobran una presencia difícil de explicar.
Tres noches de insomnio
He escuchado varias historias en distintos tonos y enfoques, Huichaco parece un lugar
bastante conservador respecto a temas básicos, me dispongo a no juzgar sino a observar:
no se acepta el suicidio ni el aborto, se cree en dios y en la naturaleza (entendida como la tierra y sus atributos), se crece con los pies sobre esa superficie profunda, todos se conocen. Olvido la actitud de citadina ilustrada, me enfoco en la idea que transmite el concepto de “La primera humanidad” -hombres agrupados bajo el mismo cielo, sobre la misma explanada- que nos remonta al territorio y al tiempo donde crecieron nuestros antepasados, en comunidades donde la observación y el rito es predominante.
¿Lo visible aparentemente ha subordinado a lo invisible? Quizás, cuando uno vive en la ciudad. Pero cuando una vuelve al campo y a la naturaleza silvestre ¿qué ocurre realmente? Se encuentra con comunidades ligadas a su territorio, que en este preciso momento político, no solo reciben la ¿hermosa? herencia de estar arraigadas a un lugar, sino que también sostienen con su permeabilidad el sombrío peso de las injusticias del mundo. Pareciera que todo queda aquí en evidencia, tal como sugieren las leyes del crecimiento gradual vinculadas al taoísmo, que nos permiten comprender que todo lo que habita se somete a un proceso en que la vida germina, crece y luego culmina, se extingue, desaparece: tal como las historias tradicionales o como el fluir o permanecer de los contextos.
En este preciso momento me invade un presente confuso, el silencio no ha tenido límites y la voz infante se ha instalado transgrediendo todo, incluso a lo racional. Lo único que tengo para no sucumbir ante este estado de la realidad es el aferrarme al cotidiano y la luz diurna, al bordado, al taller desarrollándose con mujeres, gracias a esto he conocido mejor a todos, incluida a esa niña acallada por mi raciocinio.
Todo se ha vuelto materia y tiempo, lugar y espacio, estoy en mis recuerdos y en las historias que ahora trastocadas entran en ese lugar sin límites, trato de dormir, despierto, me ahogo, lloro de miedo, pienso en mi mamá, en mi gata la Vilú, siento pasos, escucho gritos, veo al perro negro sonriendo con dientes de oro, siento al Tue Tue que viene volando, no tengo azúcar para ofrecer, el duende del bosque me mira, estoy en el pasillo de la casa, algo malo pasó en ese pasillo, me da miedo el pasillo. Salgo corriendo, estoy en mi sueño, no puedo despertar, grito y no me sale la voz, un hombre oscuro abre la puerta, en la casa todos duermen, no diviso formas, no puedo protegerme. Escucho fuerte en este momento a los dos tonos expresados aullando, mi cuerpo deja de respirar, pienso con todas mis fuerzas en mi abuela Fresia, recuerdo que ella rezaba, recuerdo también a las flores, las plantas, a la ruda, el canelo, el arrayán, el cedrón, las vacas, las ovejas, las bandurrias. Mi corazón se calma, la pasarela de monstruos se dispersa, aparece el sol, todo está mejor, mi cuerpo no.
Tercera semana de noviembre: Sororidad
Las reflexiones de todo tipo traspasan mi inconsciente y la investigación -in situ- que
llevo a la práctica con el taller, en este momento cobra una nueva expresión. Curiosamente, los dibujos y croquis que acompañan esta bitácora, son retratos de la cotidianidad: el colegio, el camino, los animales, las personas, etc. Elementos concretos que ayudaron a mantener el equilibrio ante ese abismal silencio. Independiente de todos los clichés que se puedan decir del campo al sur, siento que esta “nueva expresión” está relacionada con el efecto de los cuentos, de la soledad y con la percepción de la tierra tal cual es, sin el revestimiento amordazado de la razón. Hoy día, a estos efectos y estas percepciones, solo sé acompañarlas de dibujos simples, a modo de ilustraciones, para no olvidar nunca la gran diferencia y cercanía que hay entre el cielo y la tierra.
El taller Fauna está llegando a su fin, casi termino una bandurria grande que dejaré en ofrenda a la comunidad. El bordado estuvo a cargo de muchas manos, entre ellas las dos últimas residentes, Pía y Nicole. Puedo decir que el trabajo colaborativo cumplió las expectativas, más yo no sé si fui quien pensé que sería en este viaje. Estoy agradecida pero no entiendo casi nada aun, solo manejo nuevos conceptos, como si después de una fuerte tormenta por fin Cai Cai y Ten Ten Vilú se hubiesen tomado un té junto a Quetzalcoalt. Siento que el remezón le hizo justicia a la voz que estuvo reprimida por muchos años, ahora sé, después de toda esta experiencia, que el lado racional me ha ayudado a materializar esas ideas infantes, asociadas a lo emocional. Intuyo que desde ahora ambas voces podrán dialogar mejor o por lo menos ya no se aullarán por un buen tiempo, el sol salió en plenitud, se percibe paz, el verano viene en camino.
Noviembre, finales.
El sábado 26 de noviembre me despido de todos: del colegio, de los perros, de los árboles, del sendero, del profe Hugo, de la tía Paty, de la Coni, de la tía Jaque, de la Rosita, del Rodrigo y de la casa que me recibió. Nunca olvidaré el pasillo y nunca olvidaré que después de esas tres noches de insomnio todo dio un giro. Desde ahí la Sofi me compartió su pieza, las señoras del taller recomendaciones para limpiar la energía, algunas me contaron que le rezaron a San Sebastián para que esos “bichos” me dejaran dormir, tengo lanas rojas en mi cuerpo, ya no tengo miedo. Tomo la micro que me lleva hasta Valdivia, pienso en que ahora no solo están esas dos voces presentes, también está la bruja, la voz de mi abuela, la misma que me contó muchas de esas historias que recordé estando aquí.
A las 21:00 parto en el bus que me llevará hasta Valparaíso, durante el viaje solo duermo, ya no pienso en nada, ni en las voces, ni en mi psiquis, ni en los murciélagos, ni en los brujos, ni en el Tue Tue. Todo eso quedó atrás, en mi pasado, en mi memoria, en mis pies, en mi historia. Hoy ya no importa, mañana, obvio que si.