Llegamos a Río Bueno pensando que encontrar una cabaña o un lugar donde vivir iba a ser sencillo. Desde Santiago no vimos muchas posibilidades y nos confiamos con que todo iba a ser más fácil al llegar al territorio. ¡Pero sorpresa! Río Bueno está repleto de trabajadores por temporada y es incluso más caro que Santiago. No nos quedó otra que salir a recorrer y preguntar por todos lados por alojamiento.
Caminamos y caminamos, tocamos timbres, preguntamos en almacenes, llamamos a un montón de números de teléfono y nada…todo copado o fuera del presupuesto. Seguimos caminando y una señora desde un balcón nos grita:
“¿Y fueron a ver a El Campesino?”
“¿El Campesino?”, le respondimos con intriga.
“Si, es un supermercado al lado de unas ferias, ahí la gente deja sus avisos”, nos dice.
Llegamos rápido buscando ese diario mural y ahí estaba, entre muchos “se compra y se vende”, un pequeño aviso que decía “Se arrienda casa en Río Bueno, consta de tres dormitorios, una salita, comedor, cocina, baño y patio. Llamar a xxx-xxx”. Llamamos de inmediato y nos contestó Don Pedro.
Nos cuenta que la casa queda bien lejos del centro donde nos estábamos hospedando temporalmente. Partimos de nuevo la caminata, esta vez derecho por la calle Independencia. Llegamos hasta el final, pasando un terreno baldío, cuando la calle se vuelve de tierra y el entorno se ve más rural. Llegamos al Nº 2160 y nos recibió un hermoso árbol, frondoso, lleno de flores moradas. Nos estaban esperando Don Pedro y su esposa Irma para mostrarnos el lugar, una casa de madera de dos pisos, muy calentita, muy acogedora, muy sureña. Nos cuentan que ellos vivieron ahí por quince años, pero tuvieron que cambiarse porque Irma se enfermó y ya no podía subir la escalera. Seguimos recorriendo el lugar y nos encantó. Justo lo que andábamos buscando para estos tres meses, así es que cerramos el trato. “¡Mañana mismo nos venimos!”, les dijimos a los abuelitos.
Y acá estamos, ya instalados, viviendo al lado del árbol de flores moradas y de dos araucarias, escuchando a lo lejos a las bandurrias, las vacas, los gallos y los perros callejeros. Costó, pero salió. Ya tenemos un espacio inspirador para ponernos a trabajar de lleno en nuestra residencia.