Domingo. Por la mañana Gastón, Ivonne y yo, fuimos al teatro parroquial –ahora también sala de exposiciones- para pegar en los soportes las fotografías impresas, es lo único que nos falta para finalizar el montaje de la exposición. Barrimos, limpiamos, compramos vasos plásticos, bandejas de cartón y alimentos para comer, algo de beber, todo muy sencillo. Es nuestra última actividad en La Huerta y viene siendo el fin de nuestra estadía permanente, en particular estoy ansioso por todo, por el fin de la experiencia, por la recepción del público, por el retorno a casa. Por ahora lo importante es conseguir comunicarles adecuadamente nuestro proyecto a quienes asistan y por supuesto, documentar muy bien todo lo que ocurra.
Ayer nos pusimos de acuerdo con los chicos y chicas de la batucada para que vinieran y tocaran en la inauguración de la exposición, los citamos a las 18:00 hrs. ya que abriremos las puertas a las 19 hrs. Recuerdo que el primer día caminando por La Huerta, la única actividad relativamente congregante, fue ver a estos chicos reunidos tocando en el jardín de la parroquia, mismo lugar donde nos despediremos de la comunidad.
Le pedimos a Gabriel Peñaloza –Servicio País- que llegue a las 17 hrs. ya que nos ayudará con el servicio. Como siempre, puntual y dispuesto a trabajar. Ha sido de gran ayuda para nuestro proyecto, hemos generado una dinámica muy especial con Gabriel, ya que siendo de generaciones -etarias- diferentes y venido desde disciplinas diferentes, se han dado muchas conversaciones interesantes y discusiones constructivas. En lo personal, aprendí mucho de él, le agradezco su generosidad, disposición y espero que hayamos estado a la altura de sus expectativas.
Luego de Gabriel llegó la batucada, una hora después llegaron desde San Fernando mis padres, mi hermana y su hijo, mi sobrino, que también se llama Gabriel eso sí, es un pequeño de 2 años muy curioso, veloz, intrépido, amoroso y sinvergüenza. Más adelante contaré sobre su poca vergüenza. Ya pasadas las 19 hrs. comenzaron a llegar los y las Huertinas, jóvenes, adultos, señoras, ancianos, ancianas. Es un gran gusto verlos a todos pues la mayoría de los asistentes fueron asiduos colaboradores en las actividades. De las primeras en llegar, un grupo de señoras de edad que no reconocí a simple vista, se acercaron a paso lento y recorrieron toda la muestra para detenerse en el conjunto de fotografías antiguas que retrataban a la Parroquia de San Policarpo en diferentes años, en la década del cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta y ochenta (ver imágenes adjuntas). Dada la conversación que se generó en torno a una de las fotografías nos acercarnos para copuchentear; el grupo de ancianas nos contó que ellas eran quienes protagonizaban esa foto del año 1955, vaya que gran y emotiva sorpresa. Un grupo de cuatro jóvenes mujeres montadas en tres caballos frente a la parroquia de La Huerta, no fue fácil reconocerlas. Cuando recién llegué a vivir a la localidad procuraba comprar siempre en locales diferentes, así tenía un pretexto para conocer a la comunidad. Una tarde muy calurosa, necesitaba un par de pocillos plásticos para conservar alimentos en el refrigerador así que pasé por un local que no había visitado hasta ese momento. La fachada es de una gran casona antigua refaccionada y remodelada con rejas y otros materiales que distan de la llamada arquitectura colonial, el negocio se llama “Tienda”, así tal cual. Es el clásico local al que en el rubro comercial llaman “bazar”, un gran espacio lleno de todo tipo de cosas y claro, también pocillos plásticos. Eso sí, quién concitó la mirada fue la abuelita que atendía el negocio, una señora diminuta, de cabello plateadamente ordenado, levemente encorvada y que se desplazaba con la parsimonia de los árboles. La reconocí apenas entró a la sala y me pareció curioso que ella asistiera a la exposición, como no, si era una de las jinetes. Esa tarde calurosa, apenas salí del bazar, recordé inmediatamente el negocio del Lucho en Cauquenes –mi amadísimo abuelo materno-; me imaginé entrando por el gran portal así tal cual lo hice cientos de veces, y a él, apoyado sobre su paciencia detrás del mesón azul. De las cuatro mujeres retratadas solo tres asistieron al encuentro con su foto de juventud, una de ellas, así como el Lucho, ya había cruzado el umbral.
De alguna manera, la exposición que armamos se plantea desde un tránsito imaginario por las zonas grises de la comunidad de La Huerta, como un tipo de viaje en el tiempo, colectivo y solitario a la vez. El olvido despierta reclamado por la pintura quien invoca figurillas extrañas. El presente-pasado-futuro de La Huerta es una culebra sin cabeza ni cola. Se acabó la distancia, por un momento habitamos el tiempo corrugado.
Al rato llegó Juan Carlos, esa también fue una grata sorpresa. Juan Carlos es un hombre adulto, agricultor que trabaja a trato en los campos de La Huerta. Su desempeño es excepcional ya que es portador de una asombrosa destreza para sembrar. De hecho, es reconocido por la comunidad como un hombre de pocas palabras, arisco, no muy amigo de las preguntas y de los extraños eso sí, un gran labrador del campo. Juan Carlos asistió prácticamente a todas las funciones del cine foro, solo que nunca participó de las conversaciones finales. Una de las veces que me encontré con él en la calle, un domingo, me acerqué a saludarlo y se dio una conversación en donde me contó del porqu cepcional ya que es portador dea saludarlo y se dio una conversacialabras, impredescible o es excepcional ya que es portador de cepcional ya que es portador dea saludarlo y se dio una conversacialabras, impredescible o es excepcional ya que es portador deé se retiraba antes de que aparecieran las letras que señalan el FIN. Resulta que él termina su labor a las 19 hrs y desde ahí viaja en bicicleta –una pistera- velozmente hasta su casa, se baña, viste y parte a las funciones de cine, por lo tanto llega tan cansado que solo se mantiene despierto por su gran amor a las películas.
Luego de esa conversación puse mucha más atención en él, y se volvió muy evidente para mi la alegre ceremonia que significaba el cine para Juan Carlos. Siempre vistió ropa que daba la sensación de ser una tenida especial para la ocasión: zapatos mocasín café oscuro, calcetas blancas, pantalón de jeans holgado, camisa blanca sutilmente listada y casaca roja con azul. Siempre puntual, silencioso y feliz. Por todo aquello, fue una enorme felicidad verlo en la exposición ya que nunca asistió a nada más que al cine; su visita significó para nosotros un compromiso real, un vínculo sensible e invisible con nuestro proyecto, que más allá de la circunstancia de la Residencia de Arte Colaborativo, se estableció desde la comunicación más humana y real, y por éstos medios sensibles creados especialmente para comunicar aquello incomunicable. cepcional ya que es portador dea saludarlo y se dio una conversacialabras, impredescible o es excepcional ya que es portador de
Todo terminó con la batucada de jóvenes huertinos tocando en el jardín de la parroquia justo al frente de la entrada al teatro, ahora también sala de exposición. Fue un final perfecto, ya que días atrás algunas integrantes representaron al grupo tamborilero en la pintura que imagina el futuro de La Huerta.
Los chicos y chicas de a poco se fueron soltando, al comienzo se veían un poco tímidos, quizás con algo de vergüenza, ya que todas las personas abandonaron la sala para escucharlos atentamente. Quienes estábamos ahí permanecimos en completo silencio, y tengo la sensación de que la mayoría percibimos algo así como un ambiente distendido, un tipo de sintonía colectiva que nos mantuvo navegando en la misma frecuencia durante toda la presentación. En algún momento me distraje mirando las caras de los asistentes, y en todos noté cierta plenitud con el presente, con lo que estaba ocurriendo ahí, esa tarde, en ese jardín con el sol vibrando anaranjado. Fue tan así que cuando el sin vergüenza de mi sobrino Gabriel, ese pequeñín amoroso de 2 años, quien empujado por la curiosidad, no pudo contener las ganas de acercarse a los músicos y pedirle a una de las chicas su baqueta para propinarle golpes al tambor, nadie dijo nada, es más, todos lo celebramos y disfrutamos. Gabriel estaba en sintonía con el grupo y con todos quienes observábamos la situación. Nos pareció muy natural, muy gracioso, muy fresco, a nadie se le ocurrió relegar al novato del repique.
¿En que momento se nos olvidó que siempre somos aprendices?.
Por Carlo Mora.