Lunes. Estamos a full con las pinturas para “La Huerta Imaginada”, ya vamos en el futuro y resulta muy desafiante y divertido especular con ello. Una breve apunte, cuando era un joven púbero pensaba lo peor del presente, tenía una idea catastrófica y fatalista del momento y del futuro, y ahora lo sé, esa actitud moralizante no era empática. En este presente no me resulta agradable escuchar esas ideas, es más, pienso que son torpes, prejuicios cargados de una ética sin práctica. Quizás fuera el peor de los jóvenes, el más adolescente, pero bueno, así era no más la cosa. El dios del tiempo decidió por mí que eso lo olvidara -parcialmente-, que esas palabras ya no fueran del repertorio y el dios tiempo puso en mi mente otras imágenes –lo digo así porque no quiero hacerme responsable y alguien tiene que pagar las consecuencias-, imágenes no menos engañosas pero al menos ahora lo sospecho. Hablando de sospecha. Sospecho de los discursos nostálgicos sobre el pasado, de las lecciones morales sobre el trabajo y la conducta, sobre éticas impracticables y bondades luminosas, sospecho de las maldades superficiales y de los parabienes sin ojos; resulta, que pintando el futuro apareció ese monstruo púbero panfletario, pero gracias al dios del tiempo ese espíritu militar fue la sombra de otros cuerpos. Claro, aprendí que para mí en tanto “profesor” éstos “talleres de pintura” no implican enseñar a “pintar”, sino mas bien, los hago para presenciar un acto fronterizo que torpemente definiré como el momento filoso en que no hay ni cuerpo ni mente. Cuando alguien desplaza el pincel sobre la superficie me quedo con la sensación de una presencia, un rastro observable del presente, del peso de un cuerpo, del espíritu del brazo, del cabello, de la oreja. En cambio, el monstruo se comporta como un dictador, un instructor que transfiere imágenes indeseables, manipula, espera resultados, tiene certezas, desea un producto, en fin, es una bestia amorfa que utiliza cuerpos ajenos como medio para fines personales. Interesante fue que el acto de pintar un cuadro que imagina el futuro se prestó para semejantes apariciones fantasmales, me dio la impresión de que cuando pensamos en el futuro no hicimos más que encontramos con nuestro pasado.
Y de vuelta a la tierra y a las cosas, cosas que ocupamos, cosas que ensuciamos y otras que pedimos prestadas; había que limpiarlas, ordenarlas, devolverlas. También había que editar todo el material del fin de semana.
Salimos a caminar en la tarde, corría el viento resonante, con un chillido espeluznante y él nos dijo: -vayan chiquillos donde la doña que tiene un sembradío que vive cerca de aquí, cuando llegamos le preguntamos si tenía cilantro y nos dijo que no…
Por Carlo Mora e Ivonne Acosta.