Domingo. A las 6 am aprox. escuchamos Alo¡¡ Alo¡¡, un Huertino vestido de Huaso completamente mojado nos llamaba a la puerta. Chaquetita blanca, camisa celeste, pantalón listado ceñido, botines de medio taco, pelo corto y bigotito mojado de pies a chupalla. La tarde noche anterior había sido el rodeo que pretendimos registrar, una fiesta con todas sus letras. Atendí al llamado, fui por ropa, regresé al auto y cuando me prestaba para salir en busca de alguna ayuda nos salvó un amigo del huertino volcado. Digo nos salvó porque la jornada se avizoraba larga, jugosa y tediosa, pero quien era yo para juzgarlo solo había que devolver la mano, finalmente no fuimos a ninguna parte, solo me quedó grabada la impresión de verle la guata a su camioneta volcada en un canal de regadío.
Mal dormir, como desde hace un par de años ya, eso de despertarse y no saber donde estás, una noche puede ser Cauquenes, o San Fernando, o Santiago, Talca o La Huerta, sin duda, eso no se compara con volcarse en camioneta pero mal dormir igual. Mañana tenemos que hacer algo de aseo, recibiremos la visita de dos grandes dibujantes y pintoras venidas desde Santiago de Chile, Carolina Silva y Milena Gröpper, pero antes. La tarde del sábado habíamos pactado con Héctor Pierola un visita a la localidad de Los Coipos, la idea es grabar una esquila en medio del cerro. Nos adentramos 15 kilómetros aprox. entre montes anaranjados, abrimos cuatro cercos de palo y alambre púa, finalmente caminamos 200 metros hasta llegar donde estaba la familia de Alejandro Valenzuela y la familia de corderos. Recostados sobre el pasto a la sombra de los espinos las mujeres del familión conversan, por otro lado el grupo de hombres esquilan corderos. Llegamos con equipos en mano pidiendo permiso y presentándonos, les conversamos sobre los fines de esta grabación, les contamos del proyecto que realizamos en La Huerta y los dejamos invitados al cine foro, a los cabildos. Una liebre muerta cuelga de una rama de espino sujetada por las patas. Comienza la esquila, todos concentrados pero no por eso faltos de humor, todos se acercan al corral, un hombre graba con celulares algo que al parecer nunca le había interesado registrar, lo digo porque una de las mujeres del grupo le preguntó ¿y para que grabas?, el sujeto respondió algo así como “para tener recuerdos”. Al terminar la esquila echaron mano a uno de los corderos y nos invitaron a un asado, así que recogimos los equipos y caminamos tras ellos saliéndonos del camino, adentrándonos en el bosque negro. Saludé nuevamente a las mujeres de la familia que ahora se encontraban atareadas en labores de cocina, preparando lechugas, pelando papas, cortando tomates, haciendo el fuego. Nos encontrábamos inmersos en un claro en medio del espeso bosque nativo al costado de una vertiente, la fogata humeaba a pasos del agua fuera de posibles accidentes. Estuve en silencio prácticamente todo el asado estaba más preocupado de hacer un encuadre que diera cuenta del lugar, de los tiempos y de las imágenes que aparecían. Con Gastón ya nos comunicamos con mínimos gestos, él sabe que la conversación previa debe ser distendida, pelusona, para nada profunda, así me da tiempo de encuadrar, enfocar y dejar todo listo para grabar, es ahí cuando le hago un gesto y el comienza de a poco a entrar en tema. Entrevistamos a Alejandro Valenzuela por más de una hora, más bien, fue una conversación grabada. Al principio la cámara estaba a sus espaldas y de fondo se veía a la familia en pleno goce del momento. Alejandro evocó muchas imágenes impresionantes, una de ellas, da cuenta de las veces que junto a otros tres hombres tuvo que caminar por entre los cerros cargando a un muerto, generalmente, cadáveres familiares de los dueños del fundo. Imaginé la presencia de cuerpos evanescentes del mismo espesor que una proyección cinematográfica. Un par de horas atrás en ese mismo lugar un hombre sacrificó un borrego, al que por acá llaman capón -en Argentina llaman capón al animal capado-, luego, al escribir la bitácora relacioné ambas imágenes, la guata del auto volcado, el revés de la máquina con el borrego descuerado, destripado, despostado. El revés de las cosas que muy rara vez se ve.