Por Pía Bonnet y Sofía Dannemann
Me preocupa la continuidad del proyecto.
A pesar de nuestros esfuerzos (capacitaciones, trabajo en conjunto, compromisos, promesas, instructivos, señaléticas) me pregunto: ¿quedará tirada la impresora cuando me vaya? ¿Se rendirán a la primera pana y abandonarán todas las herramientas junto a otros aparatos eléctricos en desuso, tristes y solos en una esquina?
Dentro de estas incertidumbres aparecen certidumbres: mi mamá se fue la semana pasada dejando atrás la primera mini exposición de barro. Hoy, viernes de la semana siguiente: Telma y Jacquie (las tías del PMI) me vinieron a buscar emocionadas: tía venga, mire nuestro arte. Habían tomado el material y la técnica que dejó mi madre y modelaron toda otra manada de personajes que habitan ahora la sala del PMI. Quizás no todo perdure, pero algunas cosas sí.
Sin duda en el arte colaborativo la relevancia de la experiencia es transversal a todo y todos. En definitiva, junto con una técnica y variadas herramientas, lo que se intenta crear es una iniciativa perdurable: un pensar en acción, un aprender, compartir y crear. Esa es la verdadera obra de este arte. Pero no podemos abandonar el temorcillo de que lo material que dejamos, precisamente, se deje ahí, simplemente, en algún u otro momento, juntando polvo y se olvide con la experiencia y lo demás. Porque lo material que dejamos es muy bueno, de verdad: tremendísimo laboratorio habilitado con preciosa estantería/fanzinoteca, impresora y máquina de coser de última generación, materiales para todos y muchas otras cosas que no urge nombrar ahora porque la inquietud que sustenta esta bitácora es la trascendencia. Sembrar una semilla que se transforme en vida, se desarrolle y de sus frutos. Como en la naturaleza, que sea sustentable y trascendental.
Desde ahora en adelante el espacio de incertidumbre se abre completamente. No sabemos qué sucederá con todo lo vivido, entregado y compartido en esta residencia. No tenemos cómo atisbar la continuidad del proyecto. No poseemos un cuidador de las herramientas que dejamos y ni siquiera sabemos bien si vamos a volver o no en algún momento de nuestras vidas en permanente movimiento. Pero observamos bien, más allá de nosotros, en la localidad de Huichaco y la gran familia que la compone, las cosas ya estaban sucediendo. Nosotros vinimos a reforzar sus iniciativas, quizás a ampliar sus posibilidades con técnicas y herramientas, pero aquí el arte colaborativo existe desde siempre y hoy en día se está estableciendo de manera más organizada, por ejemplo, con la Agrupación Tradiciones Campesinas, con las iniciativas que nacen y se gestan en la Escuela Santa Higidia.
De este modo, el miedo por la continuidad se disipa un poco. Digo un poco porque es difícil arrancarse del apego, más aún cuando la experiencia es un viaje que te abarca completamente.
Participar de una residencia de arte colaborativo no es hacer una pega simplemente, no es algo funcional que se ejecuta y chao, tampoco es, para el artista, cranearse crítica y materialmente una obra y luego exponerla. No. Esto es más. Es una experiencia completa, íntegra y envolvente. Es sembrar una semilla en todos, tanto en los residentes como en los locales. La vida que tome esta iniciativa se desarrollará con su propio ritmo y en ese ritmo, espero, se cortejen, meneen y reproduzcan reuniones, ideas, artes y más artes, colaboraciones y más colaboraciones para todos y más.