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Residencia: Contra la amnesia del rigor Tortel , Aysén - 2017 Residente: Francisca Alsúa
Publicado: 10 de septiembre de 2017
Esta no iba a ser una residencia de género…

Esta no iba a ser una residencia de género. No es un tema que maneje lo suficientemente bien como para sentirme cómoda trabajándolo en un proyecto. Lo entiendo en mi vida personal. Me siento (y pienso que vivo) profundamente feminista. Más aún, el privilegio y el acceso a lecturas y experiencias han llevado a entenderme dentro de una tercera vuelta de feminismo. No vivo con miedo, no odio a los hombres ni desconfío de ellos simplemente por su género (como es el riesgo de algunas interpretaciones del feminismo de segunda vuelta). Tengo más claro de lo que me gustaría que la violencia de género es una realidad devastadoramente frecuente, pero aun así, el privilegio me ha llevado a entender que la visibilización de las luchas de género debe y merece ser una práctica constante, algo del diario vivir. El momento en que creemos que algo está resuelto, es el de mayor riesgo, porque no lo está, porque quizás nunca lo estará.

Esta debía ser una residencia de memoria, de las experiencias de vida que han forjado el tejido social de este pueblo. Claramente, el género iba a formar parte de este proceso. Hay una fuerte división de roles, y quizás la rigurosidad del clima y el entorno ayudan a establecer estructuras machistas desde los hábitos y conductas de supervivencia. Hasta ahí estaba cómoda. Con eso me puedo manejar.

Pero poco a poco me han ido pasando cosas, insignificantes, pequeñas, algunas atribuibles a cosas que pasan, que yo sabía que venía a un territorio machista, cosas que aisladas son casi anecdóticas, pero se han ido acumulando y creo que ahora entiendo que quizás el camino es inevitablemente más pronunciado y radical de lo que creí.

Yo siempre he sido una mujer de mujeres. Tengo más amigas que amigos, siempre ha sido así. Es algo natural y la verdad nunca le he dado importancia. Nunca he entendido ese estereotipo de mujer con puros amigos hombres que –según el estereotipo- las mujeres odian. Siento que es más un cliché de películas y teleseries que otra cosa. Todos al fin y al cabo buscamos entornos en los cuales nos sentimos cómodos y lo cierto es que me parece bien tonto darle ahí tanta importancia a una distinción de género. Hace un par de días me di cuenta que acá me estaba convirtiendo en ese cliché que creí que no existía. Las mujeres (a excepción de 3 o 4 mujeres talentosísimas e increíblemente generosas), no me hablan mucho. Me saludan en la pasarela, muchas veces ni sonríen. Ni hablar de invitarlas a participar. No están ni ahí. Con la tercera edad, no hay problema, pero tengo que admitir, muy a mi pesar, que me es difícil entablar una relación con mujeres sub 45. De hecho, en varias ocasiones me he juntado con hombres mientras sus parejas están fuera del pueblo, solo para no causarles problemas.

La gente habla y la verdad, yo solo estaré acá 3 meses. Lo cierto es que aunque no lo estuviera, poco me importa si alguien habla de mí. Acciones valen más que mil palabras, y yo no tengo (ni he tenido) la intención o inclinación a romper parejas. No en una cruzada moral contra las infidelidades. Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera, lo que pasa es que no me interesa ocupar el mío para hacerle daño a alguien gratuitamente. Pero no me sirve que la gente hable. No me sirve que desconfíen de mí. No tengo tiempo para que me conozcan lo suficiente para ganarme ese tipo de confianza.

Lo que más me duele de este tipo de machismo, porque aunque quizás a primera vista no pareciera, el juzgar a una mujer por aparecerse sola a trabajar y colaborar con hombres sin importarle su estado civil, es profundamente machista. Porque por alguna razón asumen que mis intereses TIENEN que ir más allá de mi pega. Porque si no nace de mí, nacerá de ellos, y acaso, ¿yo no puedo decir que no? Porque no puede ser que yo haya llegado a este rincón gélido de la Patagonia sola y sin la más mínima intención de encontrarme una pareja. Quizás lo que más duele de este tipo de machismo es lo sistémico y silencioso que es. Es parte de la fibra social, de las ‘costumbres’ del pueblo. No lo ven como machismo, lo ven como que ‘aquí la gente habla mucho, señorita’. La maldad de la copucha, no la maldad de lapidarte por tener útero y ser independiente, porque de haber llegado con un hombre, distinta sería la cosa. Lo peor, es que este tipo de machismo subterráneo se contagia, casi como una psicosis colectiva y me he encontrado con este trato desde mujeres que ni siquiera son de acá. Que se formaron en ciudades, que saben, o que deberían estar atentas, actuar mejor, entender más.

Pero no. Soy una mujer entre hombres. Hombres que por amorosos, buena voluntad, cariñosos y con ganas de trabajar y compartir que tengan, son patagones, criados en esta cultura. Y junto a estos hombres tengo que navegar lo que algunas mujeres me han contado. Historias de abuso, violencia física, violación. Todo con absoluta impunidad. Es justamente para apoyar a estas mujeres donde me hace falta mi círculo de mujeres. Círculos de empatía, de apoyo total, de confianza absoluta. Círculos donde el cuchicheo del machismo subterráneo no ha socavado vínculos, ni los socavará, porque sabemos y entendemos que caer en esas conductas es entregar la batalla, presentar la bandera blanca, dejar que nos entierren vivas en una fosa común.

Y es que estos hombres –y probablemente ningún hombre criado en una sociedad patriarcal- no caen en ese pozo de impotencia, no sienten el vacío en el estómago, el terror de escuchar la historia de violencia de una mujer que nació y vivió víctima solo por vivir en una sociedad donde tener un segundo cromosoma X te hace propiedad de alguien más. Donde hombres y mujeres se rigen bajo la lógica de Adán y Eva. Ella creada para él. Ella la tentación. Ella la destrucción. No digo esto porque piense que son un género con falta de empatía ni mucho menos. Simplemente no son mujeres, no crecieron con el riesgo, no saben lo que es vivir sabiendo que las que nos hemos salvado, nos salvamos por un pelo. Estos hombres no se pueden acercar a esas experiencias tanto como yo no puedo pretender comprender a cabalidad lo que se siente crecer, vivir y ser Mapuche en Chile.

Esta no iba a ser una residencia de género, y no lo será. Sigo insistiendo que no sé lo suficiente, que no tengo las herramientas. En el aspecto colaborativo y de participación de la comunidad, seguirá siendo una instancia de memoria. Pero para mí, dentro de mis experiencias y procesos de reflexión, es una experiencia de género absolutamente. Si es que estos temas se llegan a fundir (como comúnmente sucede) y cómo, el proceso lo dirá.

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