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Residencia: Contra la amnesia del rigor Tortel , Aysén - 2017 Residente: Francisca Alsúa
Publicado: 15 de octubre de 2017
Fallando aprendo a hablar

Hace un tiempo, y a propósito de esta residencia, me reencontré con la típica cita de Becher sobre fallar. Volver a fallar y después fallar con estilo, estrepitosamente. Y no es que los artistas vivamos en una especie de mundo al revés en el cual se celebran las falencias por sobre los logros. Lo que pasa es que cuando todo va funcionando suavecito, flotando por un río con corriente ligera, no aprendemos nada. Se acaba el proyecto, muchas flores y después un sentimiento en la boca del estómago de ¿y ahora qué? Y no es de masoquista, pero cuando todo sale bien, hay poco espacio para la autocrítica, para querer ver más allá. Es fácil caer en la autocomplacencia.

Ayer fallé. Fallé estrepitosamente. Hice una actividad y no llegó nadie. Ni siquiera una persona. Era una actividad en la cual las personas podían traer algún objeto o recuerdo y contar su historia. La actividad era también con miras a montaje de un eventual (dejé súper claro que dependía de la convocatoria) museo ciudadano en noviembre. Desde la presentación de la instancia y conversar con personas, todo parecía bien. Les gustaba la idea. Incluso puedo contar a lo menos 7 personas que me hablaron de objetos específicos que tenían en sus casas y que iban a traer. Pero no llegó nadie. Ni siquiera esos 7. Y entonces empiezan las preguntas. Partiendo por lo básico: ¿Qué hice mal yo? Creo que elegí mal el día. Fue el domingo después del Festival del Ciprés y hubo fiesta la noche antes. Pero, siendo absolutamente franca, mientras esperaba afuera del quincho (porque estuve de 10:00 a 19:00 esperando que llegaran personas), me topé con algunas de esas 7 personas, y dijeron que a la tarde traían las cosas. ¿Quizás difusión insuficiente? También me topé con gente que, sin conocerme, sabían perfectamente qué hacía yo ahí. El comentario que me han hecho varios: que debería ir puerta a puerta. Y es cierto, puede que haya malacostumbrado a la gente, ya que las grabaciones las voy a hacer a la casa de las personas y soy yo quien las contacta y hace toda la pega.

Pero esto es distinto. La invitación a armar un museo ciudadano justamente alude a la oportunidad de contener y valorar la cultura propia sin la intermediación de la institucionalidad. Me explico: en un museo común y corriente hay un equipo de funcionarios: directores, curadores, conservadores, etc., que deciden qué objetos se aceptan dentro de una colección y cuándo y por cuánto se exhiben. Esa mediación institucional edita lo que se califica como cultura y lo que no. Uno de los problemas de esa mediación, es que cuando no se hace bien (y es tremendamente difícil que se haga perfectamente), las comunidades terminan por no identificarse con aquello que la institucionalidad identifica como cultura. El daño de esto, es que la Cultura se empieza a percibir como un concepto separado de la vida diaria y de la identidad de las comunidades. El museo ciudadano era justamente una oportunidad para bypasear ese tipo de situaciones y crear un día en que se exhibe cada objeto con su relato, seleccionados por los vecinos, para los vecinos. Lo que el pueblo ve y valora como significante e histórico.

Pero eso no funciona si yo hago toda la pega. No me explico que me sigan diciendo que están desesperados por ‘rescatar’ (palabra de los pobladores, no mía) el patrimonio local, pero a instancias como estas, no llegan. Participo siempre y cuando lo haga desde la comodidad de mi casa. Pero así no se puede. Ese es un comportamiento devenido de décadas de asistencialismo público, y la verdad es que yo no soy quién para ‘rescatar’ la identidad de alguien más. Porque no soy parte de la comunidad, entonces caeríamos en el mismo problema de los museos formales, y eso, para mí, en esta instancia, es un sin sentido.

Así que ayer hice una actividad que falló. Tengo que admitir que intuía que iba a fallar. Pero el hecho de haber fallado ahora me posibilita abrir el diálogo (de a poquito y con mucho tacto) sobre porqué fallé. Y si bien la instancia de la transmisión de relatos a partir de objetos hubiese sido muy enriquecedora para mí como artista y mi investigación personal, creo que la oportunidad que tengo ahora de abrir diálogos –de porqué si ellos mismos identifican necesidades, no están dispuestos a aportar para trabajarlas, o quizás, el hecho de que no están dispuestos a solucionarlas indica, en el fondo, y por terrible que suene, que no son necesidades reales- sea más útil, a largo plazo, para la comunidad.

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