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Residencia: Contra la amnesia del rigor Tortel , Aysén - 2017 Residente: Francisca Alsúa
Publicado: 18 de octubre de 2017
El verdadero significado de la palabra rigor

La Sra. Amelia vive en la costa del Río Pascua. La fui a conocer hacen casi 3 semanas, me contó un poco de su historia y accedió a que la grabara. Hoy fui al Pascua, hablamos, no quiso que la grabara. Su razón es la que más me carga escuchar: no quiere recordar. Es demasiado doloroso. Pero como desahogo del trauma, acto seguido se pone a relatar. Sin micrófono, sin grabadora, sin quererlo ella, y sin que yo se lo pida. Escribí su historia porque no la quiero olvidar. Pero no sé qué hacer con ella tampoco. No es mía, es de la Sra. Amelia, y como dijo una de mis amigas en el contexto de las campañas en redes sociales #amitambién y #metoo, cualquier historia de trauma es un regalo, hay que atesorarlo como tal. Lo que me contó es para mí, y es un regalo. No es para que yo haga algo con su historia. Pero pedirle que lo revisite es igual de dañino que pedirle a cualquier víctima de cualquier tipo de trauma que haga lo mismo.

Sin embargo, en este proyecto es fácil olvidar lo traumático porque está velado bajo la épica de la aventura. Hablar con las mujeres pioneras es casi como leer una Aventura de Enid Blyton. Pero la realidad es infinitamente más cruel que la ficción. El dolor, el sufrimiento y en el caso de muchísimas de estas mujeres, la culpa por haber expuesto a sus niños a estas condiciones –habiendo perdido a muchos- se ha convertido en un trauma. Parten el relato con orgullo de aventureras, y sin querer se les nubla la vista. Pisaron su propio palito. Llegaron a esa parte de la vida que no querían recordar. Que estaba guardada en una cajita bajo llave en el closet oscuro de la supervivencia. A penas veo que sucede, se me aprieta la guata. No tenía como saber. Pero me siento culpable. Siento que estoy revictimizando a algunas de estas mujeres. Pero en el fondo sé que no. Que es elección de ellas relatar lo que relatan. Hablan de lo que quieren, yo casi no hago preguntas. No me interesa el morbo, y cuando llegamos a estos temas, Solo las dejo hablar. Respeto lo que tengan que decir, dejo que fluya esa pulsión del trauma, no la limito. Pero por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia pido detalles una vez que la veo venir. La acepto, la respeto, no la pido ni la busco.

Entiendo que el relato de sufrimiento es un elemento esencial para entender tanto la cultura local como la vida familiar al interior de las casas. Es, en el fondo, un aspecto clave para interpretar la idiosincrasia de las personas, para entender el valor y el sacrificio que hay tras de todo este patrimonio tanto humano como arquitectónico, como cultural. Pero esa amnesia juega un rol paradójico: es lo que permite vivir el día a día, pero amnesia no es olvido. Es una represa con un niño tapando un hoyo con su dedo. El trauma está esperando desbordarse, y entre la destrucción de la represa rota, quizás sea más sano volver a traer estas historias a la luz, sociabilizándolas, hablándolas, trabajándolas, sacándolas del closet.

No puedo hacer nada con la historia de la Sra. Amelia. Fue un regalo, solo para mí. Pero sí puedo hacer lo mejor posible con las de las demás mujeres. Puedo intentar transformarlas en un nudo de memoria que se comparta, sienta y difunda, generando una mini memoria prostética de lo que realmente vivieron –y sufrieron- estas mujeres pioneras de Aysén, más allá de la leyenda y la aventura.

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