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Residencia: Contra la amnesia del rigor Tortel , Aysén - 2017 Residente: Francisca Alsúa
Publicado: 18 de noviembre de 2017
Regalos del tiempo

El Jueves me tocó viajar a Cochrane para comprar los últimos materiales que me faltaban para comenzar el lunes a montar la instalación sonora en las plazas de la costanera. Fue un día de tormenta en Tortel –como tantos-, y mientras escuchaba la lluvia y el viento me movía la cabaña, lo único que no quería hacer era levantarme y cruzar el pueblo por las pasarelas jabonosas para tomar el bus. Resulta que no fui la única que no quería salir de la casa, y en el bus íbamos solo dos personas. Así conocí a don Amado.

Me preguntó qué hacía y le conté. -¡Ah! ¡Pero mi mamá tiene mucho cuento, tienes que ir a verla!

-¿Pero dónde, al campo?

-Sí, pero son solo 8 km desde el camino…

Y a falta de lápiz, anoté las indicaciones de Don Amado en el celular… esto es literalmente lo que escribí:

1k por pasarela hasta el aeropuerto. Caminar izquierda c laguna. Llegar al río. Derecha río arriba. Bote café con colorado.. sigo. Llego a un alto, a la derecha se ve la casa.

Así que sintiéndome un poco como si estuviese siguiendo un conejo blanco con un reloj, el sábado me subí al bus camino al distrito de Río Vargas. La pasarela es en realidad un puente colgante que cruza el Río Vargas. Luego, el terreno se convierte rápidamente en mallín (una especie de pantano), por lo que la única forma de hacer camino era tirando arena, así que salió el sol y me dediqué a caminar por la playa. A poco andar, el camino estaba inundado, y como el bus salió tarde (debía salir a las 9:30 y salimos a las 12), no pude pensar mucho: botas afuera y a cruzar la laguna, hundida en el agua estancada hasta las rodillas y dejando que los zancudos me hagan pebre. Secar los pies, ponerse las botas, ponerse bloqueador, sacarse una capa y seguir caminando por la playa en medio del pantano.

Al rato llegué a una bifurcación. ¿Será este el aeropuerto? Me costó un rato ubicar señales de aeropuerto, pero sí. El aeropuerto de Río Vargas es una pista de arena en medio del mallín… menos mal ando a pie y no en avioneta. Seguí por el otro camino y crucé algo que se veía como un río grande en el mallín. Seguí caminando por el barro y vi un río a mi izquierda… todo bien. ¿Qué pasó con la laguna?… filo. Sigo… al final del mallín se comienza a ver campo. El campo acá es artificial. El monte –selva, vegetación nativa- se quema para plantar pasto y tener animales. El principio de campo es una buen señal. Sigo por el camino eludiendo los barriales lo mejor posible. Paso por un portón, veo que el río cambia de color, este es el Baker con su verde turbio inconfundible. Un bote… ¡voy bien! Sigo… campo, bosque principalmente de Coihue, enormes, añosos, hermosos. Vacas… sigo… barro… sigo. Más barro, me distraigo, me traga un pie. Nada terrible, no entró mucho a la bota por arriba. Sigo… Llego a un alto, que es en realidad un acantilado al borde del río, el cual se lleva la tierra, que en vez de estar forestada por su vegetación original, solo tiene pasto. Al final del claro, un portón. A lo lejos, brilla el zinc del techo de una casa. ¡Llegué! Bueno, más o menos. La casa a penas se ve, y no es hasta otros 20 minutos de caminata que logro llegar a los corrales con las ovejas.

Las miro, me miran. Les saco una foto… BEEEEEE!!!!!! Una berrea fuerte… me mira… viene hacia mí… me doy vuelta, camino rápido, beeeeeeee!!!!! Miro hacia atrás y veo que TODAS las ovejas me vienen siguiendo. Apuro el paso… ellas también. Para cuando llego a la casa, voy trotando (solo por conservar la dignidad y que no me vean escaparme corriendo de las ovejas). No les tengo susto, pero en todos mis encuentros anteriores con ovejas, ellas siempre me habían ignorado, nunca me habían salido siguiendo como si fuera su comida favorita. Estas me vieron cara del mejor pasto, y me lo hicieron saber.

Cuando llego, don Amado está afuera. –Yo pensé que ya no venía…

-Sí es que se el bus salió a las 12.

-Ah, bueno, entre nomás.

Llegué justo a despertar a la Sra. Julia de su siesta. La mayor razón para pegarme este pique al centro de la nada, es que la Sra. Julia es de apellido Sandoval. Ella es hija de Reinaldo Sandoval, el autoproclamado primer pionero y fundador de Tortel, y cuya descendencia no me había topado, hasta haberme subido al bus con Don Amado. La Sra. Julia tiene 88 años. Los mismos que la Sra. Balsamina, pero no se ve de más de 73. Habla clarito y tiene la mejor memoria que me he topado en la Patagonia. Además, es buena para cuentear. De hecho, la grabé por más de una hora. Y es que me contó mil cosas… de tirar botes río arriba, cosas raras que le pasaron en el campo, embrujos, enfermedades, yuyos, etc. Conocer a la Sra. Julia fue un reglo, no sólo por quién era su papá -de hecho, hablamos re poco de él-, sino por quien es ella. Su calidad humana, su humor, su cariño, el cómo cuenta las cosas, cómo adora a sus nietas.

Tomamos mate, conversamos, grabamos y de la nada veo que es hora de irme, de lo contrario no alcanzo a bajar antes que pase el bus de vuelta. Paso al baño y a la vuelta la pobre Sra. Julia está entera complicada porque no alcanzó a darme comida, así que me manda con un pancito para el camino. Me pide que vuelva. Le digo que no le puedo prometer nada, porque no me queda tiempo, pero que si alcanzo, vuelvo seguro.

Al bajar pienso que días como hoy son un regalo. Que da lo mismo todo lo que una se esfuerce por hacer bien la pega, viajes como el del jueves solos con Don Amado solo aparecen cuando una vive. Con el tiempo, a su tiempo. Esa es la gracia de hacer una residencia en vez de simplemente implementar un proyecto. Es prestarse a que las cosas sucedan, dejar que el día a día te sorprenda. Y así, casi al fin de estos tres meses, el tiempo me regaló la posibilidad de irme de excursión por un terreno hermoso, y más encima a conocer a una de las primeras pobladoras de esta localidad. Que además de tener una de las mejores memorias que he visto, es un tesoro de persona en sí. Siento que el día de ayer fue un regalo de la Patagonia. Que luego de 3 meses dentro de los cuales ha habido claros altos y bajos, el territorio –con sus tiempos particulares- se comienza a abrir un poco más hacia mí, y me entrega este regalo que combina todo lo que más me gusta de mi pega: lo desconocido, el explorar, conocer y compartir. Ayer no fue un día perfecto de esos en que todo funciona bien. Obvio que hubo contratiempos y llegué agotada a la casa. Pero para mí fue el día perfecto. La reafirmación precisa de porqué me encanta hacer este trabajo. Ahora, las nietas que la Sra. Julia adora y que viven en Tortel, van a poder escuchar la historia de su abuela en la radio. Sus bisnietos y tataranietos también. En el fondo, el proyecto además de unir a las mujeres y destacarlas en términos afectivos, también está uniendo un poco el territorio. Viene a parchar un poco el aislamiento geográfico, recordando a quienes ya casi no se ven, pero siguen aquí, siendo parte y familia de la comunidad. Destacando, pero también un poco sanando los sacrificios que muchas veces estas familias hacen por vivir en una de las comunas (creo que de hecho es LA comuna) menos pobladas de nuestro país.

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