En cuanto llegué a hacer la visita a terreno en Julio, los tortelinos se encargaron de hacerme saber que el tejido social del pueblo estaba, a decir lo menos, desgastado. Unánimemente –pero desde el resguardo de sus casas- todos, inequívocamente y hasta este momento se quejan que nada es como antes. Que antiguamente solían ayudarse, colaborar para suplir las necesidades tanto de la comunidad como de vecinos que lo necesitaran. Así, si a alguien le faltaba una ventana, no faltaba el vecino que apareciera con una lona, un tablero o incluso un vidrio para repararlo. Las fiestas eran concurridas y se realizaban un sinfín de actividades deportivas en las que participaba –y competía- todo el pueblo. Pero las cosas han cambiado. La mayoría culpa a la tele, los teléfonos, internet; incluso a la llegada del camino. Pero no se puede negar el vínculo entre la falta de participación y el socavamiento del poder de las organizaciones sociales desde el municipio.
Una de las razones para realizar un trabajo de memoria era tener a los vecinos constantemente recordando cómo eran. Añorando, ojalá dándole chispa a la voluntad de volver a participar. Sin embargo, la última semana me he dado cuenta que ese quejido permanente no es tan extremo como lo pintan. Sí, es cierto que a los festivales y celebraciones del 18 no fue casi nadie. Es cierto que acá todo se paga, y que ni los abuelitos reciben la paleteada ocasional de que alguien les ayude a subir la leña gratis. Es cierto que los dirigentes sociales, productivos y vecinales, reciben poco del resto de la comunidad fuera de quejas y reclamos luego de que nadie se digna a asistir a las reuniones de los distintos comités. Pero también es cierto que hay cosas que no pueden resistir.
A mí, al igual que a varias personas, la verdad me conflictúa muchísimo la Teletón. No descarto ni su necesidad ni su labor ni su relevancia y profesionalismo. Destaco la labor de los profesionales y la dedicación con la que tratan a los niños. Sin embargo, pienso que debería ser un servicio parte de la salud pública. No puede ser que centros de tratamiento y rehabilitación de ese nivel de complejidad e importancia, repartidos por todo Chile, sigan financiándose primariamente por ciudadanos que ya trabajamos y pagamos impuestos, imposiciones y, dentro de las posibilidades personales y familiares, muchas veces además isapres y seguros de salud. No es realista, además, que estos centros se dediquen a trabajar exclusivamente con menores de 18 años, ya que ese es un límite arbitrario y personas adultas no dejan de necesitar cuidados permanentes. Tampoco dejan de sufrir accidentes que necesitan de rehabilitación de profesionales especializados como los que trabajan en la Teletón. Pero lo que más detesto es la transmisión misma del programa televisivo. Esas 48 horas de dar lástima para conseguir recursos, pero disfrazando la lástima con celebraciones de ‘logros’ de los niños. Escribo logro entre comillas porque, si bien no soy especialista en el tema, no me puedo dejar de preguntar si la operación debería ser la inversa: en vez de forzar mecanismos para que niños con capacidades diferentes se adapten a la sociedad, ¿no sería más humano que abriésemos un poco la mente para entender cómo cada uno piensa y construir estructuras, tanto físicas como sociales, adaptadas a las necesidades de individuos, potenciando fortalezas individuales, en vez de fracturando esas riquezas para adaptar a niños al molde de lo que se considera ‘normal’? En fin. El punto es que la Teletón no es lo mío. Dono, porque insisto, no dejo de apreciar su necesidad. Pero detesto participar más allá.
Pero este año fue distinto. Accedí a documentar las actividades locales, básicamente porque no se decir que no. Así, de a poco me he ido enterando de cómo funciona la campaña de recaudación en localidades pequeñas. Aparentemente, el pueblo tiene que cumplir con una meta local que es una especie de prorrateo de la meta nacional. Por esto, hay un comité de dirigentes locales a cargo de organizar las distintas actividades. Así Lety, además de ser dirigente vecinal y locutora de la radio, es la nueva versión local de teletín. Armada con la capacidad de venderle un seguro de vida a un muerto –solo cuando la causa lo amerita, por supuesto- se encargó de reclutar a un pequeño regimiento de amigas, vecinas, y por supuesto hij@s, sobrin@s, herman@s, prim@s, etc. Es una cosa impresionante. Nadie parece ser capaz de decirle que no. La feria de las pulgas juntó más ropa de la que yo pensé que podía existir en el pueblo. Bueno, de hecho se consiguieron fardos de ropa americana que les mandaron desde tiendas de Cochrane y Punta Arenas. Los que no teníamos qué donar nos pusimos con comida casera, ayuda para organizar, etc. Nadie se salva. Pero esto va más allá de los superpoderes de Lety, la Sra. Elva, la Pauli, la Sra. Freddy, Don Delfín y los demás miembros del comité. Esto es un reflejo de quiénes eran los tortelinos y que bajo las motivaciones indicadas, ese espíritu de compañerismo, colaboración y amor por el prójimo sigue saliendo a flote.
A veces miro el entusiasmo, el esfuerzo, la participación y los resultados detrás de cada actividad y pienso –quién fuera teletín-. Yo agarré al pueblo desde el recuerdo. Desde lo abstracto, lo etéreo, los sonidos de recuerdos que a la larga se lleva el viento. Y lento pero seguro, ha ido funcionando bien. Pero quizás, si me hubiese arriesgado a hacer más cosas concretas. A construir algo tangible desde un principio –porque yo creo que la idea del museo llegó demasiado tarde-, quizás también hubiese logrado esa participación que desde el principio me dijeron que no existía. Porque ahora veo que sí existe. Que no está tan muerta como me lo pintaron. Y solo me dan ganas de tener unos meses más para continuar con el proyecto. Ahora que la radio ya está andando, que ese producto ya es tangible, donde voy me mencionan el museo, las ganas de participar. Pero ya no hay tiempo. Tengo que empezar a pensar en concluir, cuando en realidad, siento que recién se me están abriendo las puertas. Que recién, e insospechadamente gracias a la Teletón, se me presenta el potencial real de los tortelinos. Qué ganas de poder seguir, con una buena motivación, con un buen equipo de trabajo, con un proyecto común.