Para variar se me va una semana más sin saber cómo. Las instalaciones requerían de mantención 2 veces al día: en la noche apagarlas y dejar cargando los parlantes, y en las mañanas desenchufar los parlantes y enchufar los demás dispositivos. Como están en altura, además me tuve que conseguir una escalera. La única que logré conseguir por la semana es de fierro (literalmente) por lo que pesa fácil sus 40 kilos. Así que anduve toda la semana, como me decían algunos vecinos, jetiando con mi escalera por los 2km de pasarela de la costanera. Entre las idas y venidas, los intentos por arreglar la conexión eléctrica de una de las plazas y las idas a la radio, se me fue la semana y me queda un cerro de cosas administrativas que aún no toco.
Necesito hacer cartas –encontrar dónde imprimirlas- y distribuir los libros del Yayo. Llenar los formularios de evaluación de la comunidad. Además me falta gente por entrevistar, audios por editar y cápsulas por armar. Pero vengo llegando de desmontar y estoy físicamente agotada y tengo la espalda molida. Siento que no me da el cuero para hacer todo antes del viernes –también necesito comprar pasajes y reservar hospedajes para el viaje de vuelta-. Pero lo cierto es que parte de mí tampoco quiere hacer esas cosas, porque implica aceptar el final y yo no soy buena para los finales, o sea, soy buena para evitarlos. Pero ir a ver a todos para llenar los formularios es demasiada pega como para evitar. Así que a ordenarme y seguir. Quizás sea una excusa para volver a ver a mucha gente y saber cómo, habiendo participado todo el tiempo, evalúan el proceso con la perspectiva del final.