Domingo, 6.3O pm. Los integrantes de la Cooperativa corrían entre las bóvedas para tomar sus ubicaciones mientras los niños empezaban a llegar. Tanya, residente, y Carlos, cuarta generación de marmolero del cementerio, dieron la bienvenida a un grupo de 20 niñas y niños de entre seis y doce años, y algunos padres y madres.
La primera parada fue la estatua del ángel que se giró 45º en el terremoto de 2010. Las/os niñas/os debieron buscar una foto antigua escondida donde se ve la posición original de la escultura.
Seguimos con la tumba del tatarabuelo de Carlos, el primer administrador del cementerio, que nació, vivió y murió en ese lugar. Y luego, el mirador a Quillota, desde donde se ve el nuevo condominio de edificios, cuya construcción destapó otro cementerio en agosto pasado: uno inca.
Siguiente parada: el durazno cargado de frutos que nadie come por respeto, y una explicación de cómo la vida es circular, y lo muerto alimenta a lo vivo.
Siguiente parada: un colorido patio de tierra, el más humilde del cementerio, donde están la mayoría de los vecinos fallecidos del cerro. Pero está lejos de ser el más feo, porque no tendrá tumbas de cemento, pero aquí las familias decoran a sus queridos como quieren, y destacan los murales, banderines, camisetas de fútbol y las flores. Aquí los niños se encontraron con los demonios inca Mayaka y Wak’a, (Mati y Rodrigo), quienes les preguntaron cuántos años tiene el cementerio (205) y cuál es el apellido más repetido (Arancibia), antes de darles dos cofres con tesoros: fotos y relatos.
Siguiente parada: la bóveda de los bomberos, que cada día se sacrifican por el creciente número de incendios en Quillota, y que tienen su propio ritual funerario: de noche y con antorchas.
Siguiente parada: el memorial de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de Quillota. Aquí se explicó que una vez en Chile, unos mataron a otros por pensar diferente, y Camilo apareció desde atrás con su guitarra, cantando “Desaparecidos” de Rubén Blades.
Los/as niños/as aplaudieron. Carlos y Floro grabaron sonido, video y sacaron fotos. Y Ashly y Mariana recibieron a los/as niños/as afuera, para que juntaran las fotos con los relatos en base a pistas, los colgaran en el renovado Portal de Memorias, y entraran a escuchar las historias de los otros trabajadores del cementerio. Una de ellas, Carmen, los saludó con la mano desde su puesto de flores, mientras el sol se ponía en la desembocadura del Aconcagua.