Caminábamos desde la escuela a nuestra casa, son 300 metros por el único camino del pueblo y es normal no ver a nadie. Cuando pasábamos por fuera del almacén de Colmuyao, nos encontramos con el presidente de la junta de vecinos, don Bernardo, quien estaba junto con otros hombres descansando después de haber estado sacando papas. Nos quedamos conversando y le contamos que habíamos estado trabajando con los niños y sobre las actividades y lugares que habíamos visitado aprovechando de mostrarle el lugar a Javier. Fue entonces que Don Bernardo nos pregunta si habíamos ido a conocer la vertiente que suple de agua al pueblo. Extrañados le dijimos que no, que ni sabíamos de dónde venía, pero que sabíamos que algunas personas recibían agua de vertiente y otras solamente de pozo. Ahí nos explicó cómo podíamos llegar a la vertiente y él nos dio unas explicaciones un poco confusas. Hablaba sobre un portón que estaba en un predio y que había que caminar. Empezamos a caminar sin tener mucha claridad, pero resultó ser que estábamos parados justo en frente de la entrada y en el tiempo que llevamos acá ni nos habíamos percatado ya que no tiene ni señalética ni nada que indique que más allá del portón de madera cerrado existe un predio en estado silvestre, que llegaba a la fuente que entrega agua al pueblo. Nos dijo que era propiedad del “patrón”, el dueño de la mayoría de las tierras del pueblo, y que teníamos que entrar escabulléndonos por el costado de la reja y caminar hacia adentro, hasta llegar donde corre el agua, pero guardando el debido respeto de no ensuciar ni mover nada ya que es un lugar que todos deben respeta y resguardar.
Comenzamos a andar por donde veíamos que había algún trazado de camiones, los cuales es común ver por el sector y que llevan el agua potable a centrales en otros pueblos para poder suplirlos, o por donde nos tincaba. Era impensable pensar que detrás de la reja que comunica con el pueblo había todo un bosque. Nos encontramos con un comedor para vacas abandonado y después con rastros de agua y riachuelos que nos indicaban que íbamos por buen camino. A pesar de que empezamos a caminar entusiasmados por encontrar el punto en donde el agua corría con más fuerza, nos dimos cuenta de que en realidad el predio era mucho más grande de lo que pensamos, nos vimos imposibilitados por la poca preparación y a mitad del camino decidimos devolvernos. Aún así quedamos impactados de que ese terreno inmenso tuviera un único propietario y que además tuviera el agua de todo el pueblo.
Una vez que nos devolvimos a Colmuyao, volvimos a encontrar a don Bernardo justo donde estaba. Ahí le contamos que no alcanzamos a llegar y riéndose nos dijo que era esperable, que había que encontrar una escalera y subir por ahí para llegar a la cima. Nosotros obviamente no la vimos. Ahí le preguntamos por la posibilidad de conocer al “patrón” ya que podía ser fundamental para poder establecer cualquier tipo de relación con los adultos del pueblo, y un poco dubitativo accedió a llamarlo. Después de hablar con él, quedamos de tener una reunión esta semana y poder contarle sobre el proyecto.