El 1º de noviembre amaneció tapado. Nada anunciaba que muchos lloraríamos en la tarde. La noche anterior habíamos logrado sacar el Portal de la sede vecinal Las Praderas por arriba de la reja, después de darnos cuenta de que era más grande que el portón. Es una cabina negra de madera de un metro de profundidad y 1.8O de altura. Lo empujamos ladera arriba probando sus ruedas, sorteando niñas disfrazadas de monjas satánicas, hasta el cementerio. Al frente vive el marmolero, quien nos lo escondió en su estacionamiento. No se ve el río desde acá.
A la mañana siguiente, una parte de la Cooperativa de Relatos (ya compuesta por los tres residentes y cinco cabras y cabros del Mayaca) se quedó peleando con la impresora en la sede, y otro lote subimos a decorar el Portal y repartir los folletos que diseñó Ashly (16) en Canva. El sol nos quemó las nucas. Nos instalamos en la subida al cementerio. Muchos pasaron de largo sin entender. Poco a poco se fueron acercando, mirando las fotos por fin impresas en hermoso papel fotográfico, de vecinos ilustres fallecidos del Cerro Mayaca, que incluían a los 2O incas Batos encontrados en agosto, y la verdadera historia de la Llorona, que murió víctima de femicidio en 1964. Una viejita la recordó: “Era hermosa la Hortencia, yo me acuerdo de ella, muy, muy linda, pero se enamoró de un hombre muy, muy malo”. Un borracho reconoció en otra foto a su mamá y no lo podía creer. Una mujer reconoció a su padre, Bernardino Rodríguez, detenido desaparecido, y nos contó de las torturas y humillaciones que los militares hicieron pasar a su madre. A ella la hicimos pasar a la cabina, donde, a oscuras, se escuchaban relatos sonoros de trabajadores del cementerio: florista, panteonero, y marmolero. Le pusimos el audio del marmolero, donde contaba que él y toda su familia siempre han sido de derecha, hasta que en 2O1O le pidieron hacer el mármol de los 7O detenidos desaparecidos de Quillota, y lo obligaron a asistir a la ceremonia. Entonces se dio cuenta de que no tenían fecha de muerte. Y vio a los familiares tocando el mármol, tocando los nombres que él pintó, y las partes sin pintar junto al día de nacimiento. Eso lo cambió. La hija de Bernardino lo escuchó sentada en el Portal de Memorias. Ella fue una de las que tocó ese mármol, y que con ese acto hizo cambiar al marmolero.