Junto a Rebeca madrugamos para tomar la primera micro que sale rumbo a Curicó, para iniciar nuestro trayecto hacia la Quinta de Longaví. Sabíamos que el trayecto sería largo pues no hay buses directos, pero nos acompañó un bello día de sol.
La localidad de la Quinta la conozco desde niña, cuando su camino era de tierra, pocas micros o más bien carros a caballos era lo que veías llegar desde Longaví hacia los campos del interior con mercadería. La imagen de mi abuelo llevando el carro con sandías hasta El Carmen, y con nosotros sus nietos arriba, se me vinieron a la mente. Sus tierras las obtuvo gracias a la reforma agraria y desde ahí pudo comenzar una mejor vida, que siempre había estado sumida en mucha pobreza, la cual nunca se logra ir totalmente.
Este lugar, como muchos otros a lo largo del país, ha ido avanzando en conectividad, hay algunas plazas que antes tampoco existían. El Peumal, sin ser igual, desde el inicio de la residencia me ha recordado El Carmen, porque sigue siendo uno de los caminos con menos buses de acceso, su última localidad, Sta. Inés, aún es camino de tierra, y algo que no puedo explicar con palabras, pero define a su gente, se repite en sus miradas.
La jornada fue fructífera, pudimos conocer los proyectos de los compañeros, compartir y reflexionar sobre cada uno de los procesos. Agradeciéndose una instancia como ésta.
Fue un día de nostalgias. Al postular, mi deseo era ir a trabajar a Longaví, pero terminé en Romeral, proyecto que me tiene encantada y agradecida. Pero el cariño especial hacia estas tierras, es inevitable. Trabajar la tierra, lidiar muchas veces con el mal pago de la fruta por parte de las empresas, los niños caminando kilómetros para ir a estudiar y trabajando en el verano para tener sus útiles escolares, veranos aprendiendo a nadar en el río o recorriendo cerros, son parte de lo que conozco de cerca por mi familia. Historias que son parte de Chile, de norte a sur, invisibles la mayoría del tiempo pero latentes en las personas.