Estos días han sido tranquilos, no hemos salido de Colmuyao después del encuentro regional del día jueves y hemos estado pensando en cómo integrar los comentarios y las experiencias que recibimos ese día en las ideas que tenemos planeadas llevar a cabo este segundo mes de residencia. Hemos aprovechado la tranquilidad local para dedicarnos a recorrer capturando la flora y fauna local, y otras cosas que puedan ser significativas para mostrarlas en una recopilación fotográfica y audiovisual a los habitantes del pueblo. Creemos que el hecho de ver su entorno habitual desde una perspectiva diferente puede propiciar la reflexión sobre el lugar que habitan y posibilita un retorno emotivo por parte de las personas de la localidad, y así poder tener un vínculo diferente con las personas de aquí, que aún es algo en lo que seguimos trabajando. Nos ha faltado algún tipo de acción concreta que permita a los habitantes reconocer nuestro rol de residentes, pues aún hay confusión sobre nuestras labores y se nos piden clases o murales para decorar espacios, sin embargo, al nombrarles la idea de lo colaborativo se vuelven distantes.
En nuestros recorridos llegamos frecuentemente al mar, la cercanía es casi inmediata ya que la playa es abierta y muy extensa, sin embargo es muy raro ver personas salvo a los pescadores de orilla, o los fines de semana. El oleaje es tan fuerte que hace difícil la sola idea de bañarse. Hace algunos días veíamos a un caballero instalando unos palos y botellas al borde del mar, que explicaba era un método para atrapar pulgas de mar, después de un rato el hombre ya no estaba porque el mar se lo estaba llevando y fue una impresión muy grande: el hombre estaba siendo arrastrado por las fuertes olas y no podía salir. Dejando la cámara de lado corrí intentando ayudarlo, al sacarme las zapatillas también se fueron acercando otras personas que habían visto a la distancia lo que estaba pasando. Cuando una ola lo acercó a la playa el hombre era como un bulto que iba y venía, y pude sacarlo a tirones sin tener que correr mucho riesgo. El hombre se salvó y lo dejé sentado en la arena, las personas que se habían acercado se quedaron con él y nosotros nos fuimos. Días después lo vi sentado afuera del almacén del pueblo, pero él obviamente no me recordaba. Posterior a ese incidente nos atrevimos a ir al cementerio del pueblo, no habíamos querido ir aunque está a menos de 50 metros de nuestra casa y es lo primero que se ve al entrar a Colmuyao. La señora Digna Placencia nos había hablado sobre el cementerio, al presentarse nos dijo que nos fijáramos en los apellidos de las lápidas, pues casi todos tienen el mismo apellido. La historia dice que hace más de 100 años llegó un cura y le puso a las tres familias que conformaban el pueblo su mismo apellido y de ahí que viene la tradición.
En estos momentos el cementerio tiene más muertos que habitantes, y es un punto de encuentro importante aquí, ya que obliga a mucha gente a regresar a Colmuyao. Como hemos reflexionado estos días, parte de la tradición identitaria del pueblo se mueve entre extremos, entre vida y muerte, entre juventud y vejez, entre los que se quedan y los que se van. Son las fases intermedias las que se vuelven problemáticas o no encuentran cabida. Es por eso que en esta segunda fase de la residencia estaremos prestando atención a los estados intermedios y a los cruces que se puedan generar a través de actividades entre estos polos.