Empezamos el lunes a las 8.00 a.m.
Durante el fin de semana nos dedicamos a hacer las coordinaciones pertinentes para no tener preocupaciones ese día que sería clave para el desarrollo del resto de la semana. En el lugar en donde se construye el monumento no hay ni agua ni luz, elementos fundamentales para hacer funcionar las herramientas necesarias para hacer las mezclas y comenzar a construir. Nos dijeron que uno de los vecinos tenía un gran contenedor de agua de 1.000 litros que quizás podía prestar. Tuvimos que movernos rápido y al hablar con él accedió a prestarnos el galón y llevarlo hasta la plaza el día lunes. Ese día llegamos hasta ese punto y llegó un tractor con el gran contenedor para dejarlo instalado y poder usarlo sin problemas. Eso ya lo teníamos solucionado.
La municipalidad se había comprometido a ayudar en la construcción trayendo a dos maestros que nos ayudarían por tres días a hacer la obra y con el traslado de algunos materiales de Cobquecura hasta Colmuyao. Como sabíamos que no todos los materiales se podían conseguir ahí, nos conseguimos otros materiales y su traslado de ellos desde Coelemu, para poder asegurarnos algunas cosas.
Mientras estábamos ahí ya teníamos una parte de las cosas listas y dispuestas para trabajar, sin embargo, aún no llegaban los maestros y contábamos con su apoyo para poder comenzar. Llegó una camioneta con un supervisor, los trabajadores, unos palos, una carretilla y una pala. Nada más. Nosotros teníamos entendido que ellos traerían sus herramientas y algo para poder preparar las mezclas. Se fue el supervisor sin dar muchas respuestas y nos quedamos con los maestros. Ahí comenzamos a tomar medidas y cavar para poder crear los cimientos para levantar el monumento. Un poco dubitativos les preguntamos si sabían del proyecto, lo que había que hacer y cómo podíamos lograrlo con la falta de herramientas que teníamos en ese momento. Paramos un poco la excavación y nos dimos cuenta que estábamos en un déficit importante de energía, de materiales y de maquinaria para poder hacer el trabajo dentro del tiempo requerido. En ese minuto nos dimos cuenta que teníamos que comenzar a solucionar estas faltas, los dos maestros continuaron con las excavaciones y nosotros nos fuimos a intentar solucionar la carencia de luz, maquinaria y materiales que aún no llegaban y se hacía cada vez más evidente.
Llegamos al minimarket que ha actuado como centro de gestiones con los vecinos fuera de la sede de la junta. Como todo lo que es comercio se sitúa por ahí, era más fácil encontrarse con alguien que nos pudiera ayudar. Llegamos preguntando por don Claudio, marido de la señora María, quien nos ha ayudado con el tema de la construcción, materiales y traslado. Él no estaba y volvía tarde, pero nos dijo que don Claudio Venegas, un maestro de Colmuyao, hacía ese tipo de trabajos y él contaba con sus propias herramientas. Salimos sin saber muy bien qué hacer, dónde y cómo contactarnos con Claudio Venegas. Para nuestra suerte nos encontramos con Bernardo, el de la Junta de Vecinos, le contamos nuestro problema y nos contestó lo mismo que la señora María: hablen con Claudio Venegas. Él nos dijo dónde vivía y cómo llegar a su casa, así que partimos en su búsqueda. La casa de Claudio Venegas estaba camino a la playa, subiendo por unas lomas que hay detrás del gimnasio, en un camino que generalmente está cerrado. Nos perdimos y fuimos a dar a otra casa en donde había gente vendiendo lechugas. Ahí preguntamos por don Claudio, como todos acá se conocen nos dieron su número y pudimos finalmente llamarlo. Él no estaba en Colmuyao, andaba cerca de Trehuaco haciendo otro trabajo pero volvía en la tarde. Nos dijo, eso sí, que él no prestaba sus herramientas y máquinas así que no había forma de poder suplir esa falta por el momento. Quedamos de reunirnos en la tarde y ver cómo poder contar con su ayuda.
Volvimos a la plaza a ver cómo iba la excavación. Los maestros ya habían dejado listo eso y les contamos la información que habíamos podido obtener. La verdad es que no podíamos seguir trabajando sin las cosas necesarias para hacerlo, y tampoco había llegado el camión con materiales que venía de Cobquecura. Hasta ahora todo había ido en nuestra contra. Lo bueno es que todos quienes estábamos ahí entendíamos que teníamos que hacer funcionar esta situación, como fuera posible. Dieron las 12.30 y fuimos a almorzar. Después de eso, y debido a la falta de elementos necesarios para poder avanzar, volvimos a la plaza a ordenar y arreglar un poco las cosas para ver cómo avanzar un poco. En ese proceso, conversamos sobre la manera en la que se hacen las cosas aquí, sobre los trabajos de las personas de Cobquecura y Colmuyao, sobre la diferencia entre Mela y Buchupureo, y otras varias cosas que nos contaban los maestros sobre su día a día y el trabajo que realizaban.
En el transcurso de la tarde llegó el camión con el material de Cobquecura, como no podíamos dejar las cosas en la plaza las fuimos a dejar a la entrada de nuestra casa. Los maestros ya estaban por cumplir su jornada así que ordenamos, recolectamos nuestras ideas y ellos se fueron, nosotros no sabíamos si íbamos a seguir trabajando con ellos o no. Me reuní con Claudio Venegas en la puerta del minimarket, él llegó montando un caballo, no tenía pinta de maestro de construcción, le mostré el lugar y lo que queríamos hacer. Él sabía que se haría un monumento, hizo sus comentarios y quedamos de fijar un calendario de trabajo, él quería hacer el trabajo. Nadie más contaba con generadores ni con las herramientas para arrendar necesarias, o no tenían el tiempo para poder llevarlo a cabo la labor de construcción.
Comenzamos el trabajo con él y dos ayudantes al día siguiente, a las 8 a.m. Estábamos mucho más preparados que el día anterior y creemos que ahora sí tenemos lo necesario para poder realizar la obra y trabajar más tranquilos. En el transcurso del día, mientras don Claudio y su ayudante se quedaron trabajando, nosotros tuvimos que ir a Cobquecura para poder comprar bencina para el generador, algunos clavos y material de relleno. Así estuvimos todo el día mientras íbamos y veníamos, supervisando, trabajando y dejando secar, hasta que finalmente al final de la jornada pudimos ver avances tangibles en la construcción. Si hasta ayer no había más que un hoyo en la tierra, hoy ya había cemento que sostenía peldaños en el aire. Una cierta tranquilidad nos inundó a todos, porque a pesar de que las últimas 48 horas habían sido movidas y estresantes, finalmente podíamos ver que estábamos avanzando y animando la expectación entre la gente del pueblo.