Cuando propuse este trabajo, mi interés se centró en lo que me pareció más evidente dentro de este territorio, intenté establecer la relación con la historia y como se fue construyendo todo lo que hoy veo en ruinas, el paisaje lo miré como el depósito de toda una inmensa carpeta de imágenes desoladas y que no es más que la relación ajena que yo tengo con este lugar.
Si el trabajo con Walter Blas me permitió el acercamiento necesario con los habitantes de esta caleta, reconociéndonos desde nuestra visión a través del retrato fotográfico, el trabajo con Alejandro Delgado me hizo cuestionar la forma en que miraba Pisagua, comencé a observar la forma en que los propios habitantes se vinculaban con toda esta historia y sus restos, y la forma en que un visitante ajeno se vincula con todos los prejuicios traídos a cuestas. Comencé a escuchar y a mirar.
Los niños de la escuela representan su lugar desde sus hitos más cercanos y afectivos, los adultos varones desde su relación con el trabajo, el mar es su territorio, ellos dedican su faena al mar y todo lo que involucra a esta labor, se sienten olvidados, pero eso no es lo importante, lo importante es lo que ellos valoran y que el tiempo y la tierra van sepultando.
Ellos, los pescadores de Pisagua, nos proponen rescatar su grúa manual, es el objeto que ellos identifican como propio, el elemento que les da una identidad y que aprendieron a manejar, es la herencia de los otros que estuvieron hace muchos años acá, es la herencia del esplendor, de la explotación del trabajo a cambio de fichas, es la herencia del salitre.
La tarea que nos encomiendan es grandiosa, sin embargo, no tenemos tiempo, nos piden que comencemos con la gestión de recursos, pero esos recursos no existen. Lo único que podemos entregar son sus propios relatos, sus imágenes y su trabajo que nos han compartido durante todo este tiempo, la mirada se invierte, es tiempo que los trabajadores del mar comiencen a mirarse.