Durante esta semana he podido ir impregnándome de algunas dinámicas participativas y comprendiendo ciertas dificultades, centrándome en grupos que tratan, a pesar de las trabas impuestas o autoimpuestas, de convocar y generar reconocimiento entre pares, como lo señala Humberto Maturana, generando la reflexión de horizontalidad y reconocimiento entre pares, construyendo afectos y generando confianzas, aprendiendo.
Durante esta semana se inauguró un espacio educativo, un espacio para los más pequeños, este espacio se instaló en el interior de la biblioteca de Pisagua, edificio que en sus mejores tiempos fue el mercado del ex – puerto y que hoy muy poco queda como vestigio de aquel esplendor.
La biblioteca de Pisagua está a un costado del teatro, otro ejemplo de aquel esplendor económico, social y cultural, al que dedicaré una bitácora en las próximas semanas.
El espacio inaugurado es una pequeña “sala interactiva” para niños pre-escolares, gestionado por alumnas de psicopedagogía del instituto INACAP de Iquique, y que en palabras de estas mismas estudiantes, les surgió a raíz de la idea o la necesidad de ayudar a la población más vulnerable de Pisagua. Esto último me hizo reflexionar en cuanto al papel que tiene la educación al igual que las artes como generadores de espacios reflexivos y participativos. Las características definitorias y la instalación forzada de agentes externos (me incluyo) en ciertos contextos, nos hacen mirar una realidad ajena, diferenciada, la realidad del otro, pero ¿qué hay de cierto en este nuevo prejuicio con el que me encuentro?
En casi un mes de interacción y convivir en un contexto nuevo, siento que los problemas que aquejan a Pisagua no son muy distantes a las problemáticas que me aquejan personalmente, o las dinámicas que pueden afectar positiva o negativamente a cualquier contexto postergado por una sociedad centrada en el éxito y los tecnicismos de mercado en todas las áreas. Nos acostumbramos a esperar y recibir y olvidamos generar y cosechar.