El Río Aconcagua está dividido en surcos. La cantidad de agua que haya los dibuja según sea la estación y el año del cambio climático. Las gotas son las colaboradoras. Nuestra propuesta cambia rápido al ir agrandándose el equipo de trabajo.
Al llegar, lo primero que hicimos fue presentarnos ante la Mesa Itrofil (que significa “todos juntos sin excepción” en Mapudungun) con un powerpoint que decía “arte colaborativo”. Un hombre grande y bonachón sonreía y servía tecitos. Gilberto es el presidente de la Junta de Vecinos Mirador, entrenador de judo e integrante de un equipo de robótica que va a exponer un piano de suelo en Expo Quillota. Karen Ávalos, tía del Jardín Oso Panda que corona al cerro, también escucha más que habla. El único cabro joven habla con una suavidad inaudita. Camilo es guitarrista y secretario de la Junta de Vecinos Mirador. Llama por teléfono y hace venir a Nicolás, un rapero improvisador. Y luego a Amy Ly, la estudiante de pedagogía, grafitera, tatuadora y grabadora. Los invitamos a integrar el equipo, despidiéndonos de nuestro proyecto inicial, que no acababa de asumir la colaboración, y se perdía como un fideo mojado entre conceptos forzados. Karen nos saca de las sedes y nos cita en la cancha del barrio Aconcagua Norte, ese del cual todos se asustan. Allí nos dice que no tiene nada que decirnos, que a trabajar.