Dedicatoria a las incontables y bellas jornadas en torno al cerro, en donde repensamos y remiramos su silueta y profundidad
Un sueño mi cerro
“…era noche de luna llena, estaba dentro del agua y a mi lado me acompañaba un cerro…sin ningún temor me sentía libre, en paz… en una paz imposible…”
Este fragmento es parte del sueño más lindo que ha tenido Genoveva en su vida, uno de los pocos que recuerda y que simboliza lo que ha sido Tierra Amarilla para ella.
Casualmente, la región con los mejores cielos y suelos del mundo, apetecida para su explotación, pero pocas veces sentida y admirada.
Como último ejercicio en torno a la memoria de Tierra Amarilla, quisimos honrar las infinitas posibilidades que nos entregan los cerros y de alguna manera devolverlas a su tierra, a su raíz. Dejando descansar los pasos y los brazos para dedicarnos a contemplar su infinitud y calma.
El siguiente escrito se desprende de aquella tarde:
“Los cerros aguardan la pasividad de la mirada femenina, que tímidamente se asoma de punta- abajo, en donde la cima es tan solo una demarcación entre el cielo y el polvo. Polvo que sobrepasa las barreras de lo doméstico y entra en el ser como una soga enceguecedora, tapando cada atisbo de vacío, ese necesario para lanzarse, vaciarse y volar. Pero ¿Qué se sabe de volar cuando la mirada ha sido borrada?
La madre es objeto y el objeto no es respeto, y sin respeto cómo sueño, sólo en mi sueño me desenvuelvo y encuentro ese cuerpo, que punta arriba busca la cima y al final imposible se arrima…”