De a poquito vamos empezando. Algunos vecinos se acuerdan de cuando vine hace un tiempo y me estaban esperando, como el Yayo, dibujante y poeta con el que vamos a trabajar bastante durante la residencia.
Yayo tiene un cuerpo de obra contundente. Hace alrededor de un año terminó un proyecto en el cual retrató alrededor de 60 tortelinos entre pioneros y pobladores que han sido un aporte al desarrollo del pueblo. Son dibujos en grafito sobre papel, y si bien fueron enmarcados, el clima y la humedad de Tortel, hacen que sea bastante difícil mantenerlos en buenas condiciones de conservación. Por esto, y además para ayudar a circular y difundir la obra, vamos a documentarla y editarla en un libro. Lamentablemente las condiciones de la residencia (más que nada la lejanía) hicieron imposible arrendar equipos de luces para hacer la documentación como corresponde, por lo que instalamos el estudio fotográfico más precario del planeta –usando mi parka, mochila y demás prendas negras para suprimir brillos- en el quincho municipal, y así comenzar a fotografiar los retratos a lo MacGyver. El plan es editar un libro que por una parte muestre la obra de Yayo, y por la otra funcione como una narrativa de los primeros pobladores, quienes fueron y cuáles fueron sus mayores aportes a la comunidad.
Como con Yayo ya habíamos hablado de este proyecto antes, vamos avanzando mientras voy conociendo a los demás pobladores y ellos se van acostumbrando a la nortina preguntona que anda dando vueltas por el pueblo. Y así vamos avanzando lento pero seguro. Ha sido una semana de reuniones y primeros encuentros. El lunes me junté con el Director y algunos profesores de la Escuela para explorar formas de colaborar. Más allá de lo que yo les pedí -sobre crear con los chicos una página de red social donde se puedan subir proyectos de patrimonio (natural, inmaterial, histórico, etc.), dentro de los cuales entrarían los potenciales productos de la residencia-, se les ocurrió realizar una especie de cuentacuentos, para que algunos de los adultos mayores relaten en persona sus vivencias a las nuevas generaciones.
El martes fui a la radio para presentar el programa que podría ser el hilo conductor de la residencia. Se trata de un espacio semanal en el cual se emitirán cápsulas en las cuales los entrevistados relatan la historia de su familia y cómo llegaron a vivir a la caleta. Invitamos a los vecinos a participar, pero tengo la impresión que será más que nada una labor puerta a puerta, porque si la montaña no viene a Mahoma…
El miércoles me auto-invité (por no decir que me colé) a una reunión de la agrupación de adultos mayores. Si la idea es rescatar las historias de los primeros habitantes y el desarrollo del pueblo, qué mejor. Grabé un par de historias, pero entre el tecito, los mates y sopaipillas y ese ruido constante de adultos portándose como escolares desordenados, tendré que volver a visitar a cada persona para grabarlas en privado, sin ruidos de loza, cuchicheos y una que otra galleta crujiente.
Y así se ha pasado esta primera semana, editando las fotos de Yayo, conociendo al pueblo, dándoles tiempo que me conozcan a mí. No pasa mucho, y lo cierto es que estos días mi mayor desafío es lograr descongelar el desodorante en las mañanas y mantener un equilibrio precario para secar la ropa sin quemarla. Pero siento que acá las cosas son así. Los sureños son cariñosos y hospitalarios como poca gente en el mundo. Pero una cosa es la hospitalidad y otra muy distinta es estar listos y dispuestos a unirse a la locura de cualquier afuerina con un plan. La confianza se gana y ese es un trabajo lento y poco visible. Así que en eso estamos, conquistando patagonas y patagones de uno en uno, antes de que se den cuenta.